La agresividad es un fenómeno
inherente a la naturaleza humana. Sin embargo, cuando se transforma
en
violencia, remonta a estados regresivos y genera malestar y disfuncionalidad en
el sistema que la vivencia. No esperamos que la violencia sea uno de los
elementos presentes en contextos como el colegio, sin embargo, es cada vez más
evidente que así ocurre y que no siempre se toman las medidas adecuadas para
hacerle frente y manejar la situación de forma constructiva para todas las
partes. El acoso escolar, por ejemplo, del que se habla con frecuencia
últimamente, ha llevado a la necesidad de revisar y reflexionar acerca de la
violencia en el contexto escolar. En
nuestro centro es cada vez mayor el número de niños y familias que nos
trasladan o sufren este tipo de situaciones y que acuden en busca de ayuda para
poder hacerles frente y gestionarlas de forma sana. No hablamos solo de
aquellos que son víctimas de la violencia, sino también aquellos que la actúan,
generan o incentivan, los cuales también –contraintuitivamente- experimentan
algún tipo de sufrimiento emocional.
Foto: Shelley "How does she" |
En esta línea, queremos rescatar
el testimonio y reflexiones que hace una profesora en Estados Unidos al
respecto. Sabemos que la situación (no solo cultural, sino también en cuanto a
políticas educativas y variables sociales) no son directamente equiparables a
la nuestra en España, sin embargo, la necesidad de reflexionar acerca de este
fenómeno es mutua, como lo son también los aspectos básicos que no deberíamos
perder de vista en cuanto a al problema. La autora del artículo intenta dibujar
la situación y la escalada de violencia y agresión que esto puede provocar en
el entorno del niño o adolescente que necesita ayuda y recibe en respuesta
medidas muy restrictivas y marginadoras, que no le ayudan a reconducir su
situación sino que en muchas ocasiones parece empeorarla. Aquí su reflexión al
respecto:
"Hace una semana, hubo una gran
pelea a la salida del colegio en el que trabajo…, justo después de que los
estudiantes se despidieran para irse a casa al terminar el día en el
colegio. Adultos familiares de la alumna
que instigó la situación participaron en ella también. Docenas, quizá cientos
de estudiantes, se reunieron alrededor para observar.
Un profesor intentó detener la
pelea y fue golpeado accidentalmente. Todo terminó con la detención de la
alumna y la posterior expulsión del colegio y reubicación en otra escuela
pública. Las demás alumnas que participaron en la situación, recibieron una
amonestación en la que las expulsaron durante 5 días.
El “puño de hierro” no es la solución
Foto: Michael Probst |
Los niños son frecuentemente expedientados
a causa de peleas recurrentes o por “meterse en problemas”. En este último año,
una de mis estudiantes de 8o grado insultó a la subdirectora con un
adjetivo -que prefiero no nombrar- y por ello fue suspendida con amenaza de
expulsión. Creo que, en general, existe una sensación de “nosotros contra
ellos”, en especial en los pasillos, en donde los profesores ven el
comportamiento de los estudiantes como fuera de control. La mayoría de las
quejas del personal educativo tienen que ver con que los alumnos empujan a
otros y corren fuera del lugar, usan de manera habitual expresiones agresivas o
“palabrotas” y no se disculpan al tropezar con un adulto.
Entiendo el temor de algunos
profesores en cuanto a su seguridad física. Entiendo que el profesor que fue
golpeado durante la pelea antes mencionada se encuentre alterado, conmovido o
desalentado. Sin embargo, considero que la respuesta ante la atmósfera hostil y
negativa en mi colegio no necesita de una política disciplinaria más estricta
y, desde luego, no requiere tampoco de más suspensiones.
Foto: Mohammad Khorshed |
Políticas disciplinarias de
“tolerancia cero” no mejoran el rendimiento escolar ni proporcionan una lección
a aquel que comete la falta; estas, más bien, contribuyen al fenómeno “de la
escuela a la cárcel” al alienar a los estudiantes del sistema educativo,
alejándolos de dicho contexto.
- Los sistemas escolares están criminalizando las malas conductas en el contexto escolar o resignándolas a castigos que no están relacionados con el acto en sí y que, por tanto, carecen de valor instrumental y educativo para el alumno.
- Existe una filosofía profundamente arraigada que dice que el ser “duro” es la mejor alternativa para afrontar los problemas de conducta. Sin embargo esto difícilmente ocurre, en especial cuando se trata de niños. Los extremos van desde un castigo mínimo a uno extremo, y así sucede de forma recurrente. El paradigma en sí está desgastado y no ha sido aún sustituido por una nueva concepción.
- A pesar de la imagen que puede tenerse acerca de la violencia en muchos estudiantes, la mayoría de aquellos que han sido suspendidos, no han recibido amonestación por cometer actos violentos o poner en peligro la seguridad de otros.
¿Qué debería hacerse?
No he visto nunca que la
suspensión o la expulsión funcionen de forma efectiva para cambiar el
comportamiento de un estudiante. Cuanto más tiempo trabajo en colegios, más
suspicaz me siento en cuanto a los sistemas de gestión de la conducta basados
en el miedo o la recompensa. He estado pensando mucho en cuanto a la motivación
intrínseca versus extrínseca. No estoy interesada en hacer que estos niños “anden”
correctamente, estoy interesada en ayudarlos a convertirse en personas
respetuosas y conscientes.
La fuerza nunca cura el dolor
Mi profesora de yoga les
pidió a sus estudiantes que dirigieran su respiración hacia las áreas del
cuerpo que nos dolían. “Dirigid vuestra atención allí”, dijo “y luego, solo
escuchad lo que vuestro cuerpo os está diciendo. No le habléis.; respirad en
él. Sed amables. Nuestros cuerpos no responden cuando tratamos de forzarlos a
hacer cosas. La fuerza nunca cura el dolor. La atención lo hace. La consciencia
lo hace. La escucha lo hace. Pero no la fuerza”.
Foto: Arteide |
Cuando pienso en las
estudiantes que estuvieron involucradas en la pelea, pienso que deben haber
estado sintiendo mucho dolor y miedo –consciente o inconscientemente. Quiero
trabajar en un sistema que brinde un espacio para que los niños sean
escuchados.
¿Cómo podemos hacer para
escuchar a nuestros niños? ¿Cómo podemos prestarles mejor atención a su dolor y
no sólo responder con castigos o empujarlos hacia una situación en la que
incluso la cárcel puede ser el final? Considero estas reflexiones necesarias."
Estamos de acuerdo con la
visión de esta profesora, en especial con las preguntas que se formula y la
motivación ante la búsqueda de soluciones que cuiden a todos los niños: a
aquellos que son agredidos, a aquellos que agreden y también a aquellos que
observan. Consideramos que sanar un problema de este tipo significa asimismo
sanar de antemano el futuro, no solo de esos niños, sino también de nuestra
sociedad. Sentimos y, esto lo corrobora nuestra experiencia al respecto, que
los resultados positivos y verdaderamente inclusivos e integradores se obtienen
cuando se trabaja desde la comprensión, la ayuda, y la escucha, en lugar de hacerlo –consciente o
inconscientemente- desde la agresión, marginación y fuerza que son justamente
aquellas que intentamos combatir.
Artículo original de Elena Aguilar para Edutopia
“Coping with campus violence”. Traducción de Kreadis.
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