jueves, 6 de abril de 2017

Los cerebros que sufren no pueden aprender

Si los ortodoncistas pueden mejorar nuestra dentadura,
los profesores pueden mejorar nuestro cerebro.
Sarah-Jayne Blakemore y Uta Frith

Una de las cosas que más anima a los profesores es que a sus estudiantes les guste aprender, que estén motivados a ello y que lo consigan. En realidad, a casi todos los estudiantes les pasa lo mismo, les encantaría estar motivados a aprender y sacar buenas notas.
Si nos adentramos en una clase de adolescentes, notaremos que existe una maravillosa complejidad digna de tener en cuenta y analizar.
Sus principales preocupaciones y motivos de charla se centran en apps, chistes, bromas, deberes a medio hacer, quejas sobre sus profesores, sus padres, y risas a flor de piel. Los adolescentes en esta etapa de su desarrollo están neurobiológicamente diseñados para "sentir" antes que para "pensar".
A continuación, facilitamos algunas claves en cuanto a la comprensión de cómo funciona un cerebro que sufre y su relación con el aprendizaje, así como posibles acciones para desbloquear situaciones conflictivas en este sentido.
Todos los seres humanos estamos conectados neurobiológicamente para establecer relaciones sociales y establecer vínculos con otros.
En la etapa de la adolescencia se da un movimiento que afecta tanto a adultos como al joven. El adolescente debe renunciar a la condición de niño, con todo lo que conlleva de seguridad, protección y dependencia, para convertirse en un adolescente. Los padres también han de renunciar a la visión infantil que tienen de su hijo, lo que suele significar el verle irresponsable, inmaduro, inexperto, etc. y darle oportunidades de experimentación. A veces, resulta más difícil a los padres renunciar al niño que los hace sentir jóvenes, que da sentido a su vida, que les necesita, que a los propios adolescentes el dejar atrás la niñez y enfrentarse a una mayor autonomía e independencia y al constante reclamo de una nueva identidad que va cobrando cada vez más fuerza en el entorno familiar. Este panorama se complica cuando tenemos en cuenta que, además, la adolescencia de un hijo despierta “los fantasmas” y situaciones no elaboradas de la adolescencia de los mismos padres. Esto suele generar discusiones e incomprensiones por ambos lados y puede surgir la angustia ante el cambio, no solo como consecuencia de los conflictos de su mundo interno, sino también en estrecha relación con su mundo externo.
Los adolescentes viven momentos de inestabilidad que los lleva a sentir grandes tensiones consigo mismos y con su mundo interno y externo. La inestabilidad emocional que viven y la sensación de incomprensión que sienten por parte de padres, profesores, compañeros y entorno vienen a aumentar sus contradicciones y sobre todo su angustia.
Las neurociencias nos muestran que en las profundidades de nuestro sistema límbico existe una estación de control emocional, en la que aprendemos nuestros mensajes emocionales y de supervivencia y donde les asignamos prioridades de manera inconsciente. Se trata de la amígdala.
El ser humano no para de escanear el entorno buscando sensaciones de conexión y seguridad, y el adolescente con mayor razón dadas las dificultades que pueden tener para entenderse a sí mismos, a la búsqueda y consolidación de la identidad personal que experimentan, así como a los cambios de ánimo constantes, lo que les lleva a pensar que padres y educadores están muy lejos de comprenderles, por lo que sus necesidades de conexión y seguridad se intensifican.
Estudiantes que puedan parecen rebeldes, desafiantes o distantes, pueden estar mostrando comportamientos negativos porque sufren y es la mejor manera que tienen de responder al estrés que esto les produce.
Más del 29% de jóvenes en USA, con edades entre los 9 y los 17 años padecen ansiedad y trastornos depresivos y, cuando el cerebro sufre, los lóbulos temporales destinados al pensamiento en la corteza pre frontal se bloquean.
Cuando oímos la palabra "trauma" a menudo se nos vienen a la cabeza negligencias severas o experiencias y relaciones de abuso y no necesariamente tiene por qué ser así. Un cerebro traumatizado puede también tratarse de un cerebro cansado, hambriento, preocupado, rechazado o que ha sufrido una separación, mostrando sentimientos de aislamiento, preocupación, angustia y miedo. Las experiencias traumáticas pueden ser repentinas o sutiles pero los cambios neurobiológicos de experiencias negativas pueden hacer que nuestro cerebro emocional genere una especial sensibilidad hacia la respuesta del miedo. Cuando sentimos angustia, tanto nuestro cuerpo como nuestro cerebro priorizan la supervivencia, y prestamos atención al flujo de mensajes emocionales que no dejan de preguntar “¿estoy a salvo?” Reaccionamos neurológica y fisiológicamente con un sistema límbico irritado que hace que aumenten la presión sanguínea, el ritmo cardíaco y la respiración; también se produce una secreción excesiva de cortisol y adrenalina por todo nuestro cuerpo. Una activación crónica a la respuesta del miedo puede dañar partes del cerebro implicadas en la cognición y el aprendizaje.
Como decíamos anteriormente, todos estamos conectados neurobiológicamente para establecer relaciones sociales y establecer vínculos con otros. Cuando los niños no reciben conexiones saludables en su desarrollo temprano, el cerebro realiza nuevas conexiones a través de otras vías y se adapta rápidamente a entornos no saludables, en su intento por garantizar la supervivencia. Si el desarrollo del cerebro se interrumpe por alguna adversidad a cualquier edad, pero más especialmente en las etapas tempranas del desarrollo, las habilidades relacionadas con resolución de problemas, reflexividad y regulación emocional se ven afectadas y mermadas.
Tanto niños como adolescentes necesitan de una suficiente y adecuada estimulación y nutrición para un desarrollo y apego saludables y se ha podido comprobar que estudiantes cuyo desarrollo se ha visto interrumpido o afectado en este sentido, suelen mostrar desconfianza hacia los adultos en el entorno escolar.
Durante los últimos años, en el entorno académico, se ha puesto un especial énfasis en las competencias básicas comunes, mientras que la formación del profesorado ha perdido foco en cuanto al impacto de la comprensión del desarrollo del cerebro en los estudiantes.
Sería conveniente que los educadores conociesen los mecanismos subconscientes y emocionales del cerebro relacionados con bloqueos en el aprendizaje y con las respuestas al estrés cuando interactúan con sus alumnos.
Cuando el cerebro está activado por un excesivo sufrimiento, se ve reducida su capacidad de aprendizaje, por lo que es necesario restablecer la calma y bajar el nivel de activación de las zonas del cerebro implicadas en este proceso (los racimos de neuronas con forma de almendra que residen en el fondo de cada lóbulo temporal) de manera que puedan desarrollarse y estimularse de manera adecuada y productiva.
¿Qué se puede hacer para generar un estado de calma y seguridad en el cerebro tanto de los educadores como en el de sus estudiantes que están constantemente activados en una respuesta fisiológica al miedo?
Antes que todo, es importante comprender que los sentimientos son el lenguaje del sistema límbico. Cuando un estudiante estresado se enfada o se encuentra "a su bola" aislado, apagado, no le será posible escuchar lo que se le está contando.
Hablar con los estudiantes a través de cualquier proceso de alguna asignatura o de hojas de trabajo reflexivo en el momento más álgido de su enfado o aislamiento, suele ser improductivo.
A continuación, sugerimos tres formas de calmar la respuesta al estrés. Dos de ellas a través de acción inmediata y la tercera a través de una breve lección científica.
1. Movimiento.
El movimiento es crítico y es la conexión cuando se trata de calmar las respuestas de estrés y miedo. Los profesores y estudiantes, de manera conjunta y consensuada, podrían diseñar un espacio, tipo laberinto o similar, en dónde los estudiantes puedan caminar o deambular para poder bajar el nivel de irritación o activación de la amígdala.
Actividades físicas tales como abdominales, correr en el sitio, saltos, movimientos de yoga, etc. ayudarían a calmar el sistema límbico del cerebro y a que el estudiante pueda volver a enfocarse en el proceso de aprendizaje y razonamiento.
2. Prácticas para focalizar la atención.
Las prácticas para focalizar la atención enseñan a los estudiantes cómo respirar profundamente mientras se mantiene la atención en un estímulo en particular. Si cada día se utilizasen 2 ó 3 minutos del tiempo de clase a enseñar a los estudiantes cómo hacer respiraciones profundas, se estaría reforzando al cerebro para aumentar la atención y mejorar el foco. Estas prácticas también podrían incluir algún tipo de estímulo, como sonido, visualización, o el sabor de alguna comida.
A primera vista, esta recomendación puede sonar rara, y es posible que surja la pregunta "pero ¿qué se puede conseguir al utilizar unos minutos de clase en hacer que prueben una fresa, se concentren en su sabor, su olor, lo describan y expliquen sensaciones que a cada uno le produce la experiencia?"
La atención focalizada o atención plena aumenta la oxigenación sanguínea y el flujo de glucosa hacia los lóbulos frontales del cerebro en los que tiene lugar la regulación emocional, la atención y la resolución de problemas.
Si se realizan este tipo de dinámicas de manera habitual, dándole la importancia que tienen, confiando en su posterior beneficio, y en los momentos clave durante la clase, se notarán sus resultados en breve espacio de tiempo. Por ejemplo, trasladémonos a una clase de Física y Química, es la 3ª hora de la mañana y aún no ha habido ninguna pausa ni recreo. El profesor explica un concepto clave y nota que la clase, o algún alumno en particular, está "a por uvas, en su mundo..."Quizás este sea el momento de comentar "vamos a hacer una dinámica que nos ayudará a enfocar mejor este tema". De esta forma, además de romper la inercia en clase, se estaría provocando la estimulación necesaria para mejorar la atención. A continuación, y una vez se hayan puesto en común sensaciones en relación con la práctica, será el momento de volver a la carga con el concepto que se quedó "estancado" y comprobar, por medio del diálogo entre todos, el nivel de comprensión del tema, las dudas que han surgido, qué ha habido de diferente entre la explicación del concepto antes de la práctica y después de la misma, etc.
3. Comprendiendo el cerebro.
El enseñar a los estudiantes cómo funciona su amígdala y sus respuestas al miedo les brinda un alto grado o nivel de empoderamiento. Cuando comprendemos que este aspecto biológico lleva formándose miles de años, realizando profundas conexiones con el fin de protegernos, nuestra mente comienza a relajarse al saber que nuestras reacciones con respecto a las experiencias negativas son naturales y comunes. No siempre podemos controlar todas las experiencias que nos toca vivir, pero sí que podemos aprender a decidir cómo gestionarlas.
Esta explicación, que bien puede estar acompañada de debate, vídeos, ejemplos, etc.... todo aquello que se considere pueda facilitar la interacción profesor-alumno, junto con las prácticas que se vayan realizando, hará que los alumnos comprendan y se muestren más motivados y dispuestos en el proceso de aprendizaje.
Esperamos que estas claves puedan ayudar tanto a educadores como a padres a reconocer aquellos jóvenes estudiantes que están pasando por situaciones o etapas de sufrimiento emocional, de manera que les sea posible realizar algún tipo de intervención que pueda provocar mayor participación y motivación con respecto a su proceso de aprendizaje.

Artículo elaborado por Kreadis coninformación de:
Edutopía - Brains in Pain Cannot Learn - Dr. Lori Desautels - College of Education Butler University - January 2016.
El Cerebro Infantil: La gran oportunidad - José Antonio Marina
La Familia - Comprensión dinámica e intervenciones terapéuticas - Alfons Icart y Jordi Freixas

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