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lunes, 31 de julio de 2017

Tinkering: Un campamento de verano para explorar el mundo con las manos

El “Tinkering School” es un programa educativo creado por Gever Tulley el cual se vale de un contexto de ingeniería y construcción como metáfora de la vida: Dotar a los niños de herramientas reales, para solventar problemas reales en el mundo real.

Incluye formatos como cursos y laboratorios (impartidos también en Madrid), y propone especialmente campamentos de verano, todos ellos centrados en “aprender haciendo”: manipular, experimentar, crear, equivocarse y volver a empezar.

Tinkering, frecuentemente traducido como “jugueteo” o “cacharreo”, está planteado para ofrecer un contexto lúdico y colaborativo en donde se pretende recuperar algo de libertad física e intelectual, como una oportunidad para pensar con las manos, para construir significado y comprensión. Quienes lo fomentan afirman que no se trata de un ejercicio de nostalgia, sino de empoderar a los niños mediante habilidades técnicas, interpersonales y de resolución de problemas que les ayudarán a desarrollar su potencial de cara a los retos del siglo XXI.

Sabemos de sobra que los tiempos actuales y los avances tecnológicos plantean retos en los diferentes contextos de la vida, incluyendo el educativo, y en ello se apoyan este tipo de proyectos de innovación educacional. Por ejemplo, hay datos que apuntan que el 65% de los alumnos de primaria tendrán trabajos que hoy todavía no existen, usarán tecnología que aún no ha sido inventada, y resolverán problemas que ahora mismo no consideramos como tales. Asimismo, el 47% de los oficios que existen hoy en día, se automatizarán en los próximos 20 años, y mucha de la información que consideramos relevante hoy, será obsoleta el día de mañana.

Por ello, tal y como explica Maria Xanthoudaki, directora de Educación en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología Leonardo da Vinci de Milán, el tinkering es un método para explorar y comprender nuestro mundo cambiante mediante la ciencia, la tecnología y el arte. Es una metodología que empodera a los jóvenes para intervenir en el espacio que les rodea y cuyas propuestas abiertas e interdisciplinarias abarcan ámbitos científico-técnicos y artísticos.

Como afirmaba Maria Montessori, las manos son los instrumentos de la inteligencia humana, por lo que en el tinkering school, los materiales y herramientas son parte del “laboratorio intelectual” de la mente. En este sentido, Tulley -su creador- apoya el uso de materiales y herramientas que muchos padres considerarían “peligrosos” para los niños, ya que afirma que estos se benefician de este tipo de juego-aprendizaje, en donde terminan por sentirse cómodos vivenciando experiencias reales. Por tanto, creatividad, experimentación y ludificación son algunos de los ejes fundamentales del tinkering.

Tulley describe así su Escuela de Experimentación:

“Es una escuela donde los chicos pueden agarrar palos, martillos y otros objetos ‘peligrosos’ con plena confianza en su manejo, confiados en que no se lastimarán a sí mismos ni a otros. En el Tinkering School no seguimos un programa fijo y no hay exámenes. No intentamos enseñar algo específico.

Cuando los chicos llegan, se les confronta con muchas cosas: Madera y clavos, soga y ruedas, y un montón de herramientas, herramientas reales. Es para los chicos una experiencia de seis días de inmersión, y en ese contexto podemos ofrecerles a los niños tiempo, algo que suele ser escaso en sus vidas sobreagendadas. Nuestra meta es asegurarnos que ellos se van con un mejor sentido de cómo hacer cosas que cuando llegaron, así como la profunda noción interna de que uno puede descubrir cosas tan solo jugueteando.


Nada sale como es planeado, nunca. Y los chicos pronto aprenden que ningún proyecto resulta ser 'perfecto' y se adaptan a la idea de que cada paso dentro de un proyecto es un paso más cerca de la dulzura del triunfo. Empezamos con garabatos y dibujos y a veces hacemos verdaderos planes. En otras ocasiones solo empezamos a construir: Construir es el corazón de la experiencia. Los adultos actuamos como colaboradores, manteniendo el contexto en los proyectos y guiando hacia la meta. El éxito está en el hacer y se festejan y analizan los fracasos. Los problemas se convierten en rompecabezas y los obstáculos desaparecen (…) Surge una profunda comprensión y nuevos enfoques sorprendentes para resolver los problemas que momentos antes hacía que los chicos se sintiesen frustrados… Todos los materiales están a su disposición, incluso las bolsas de plástico pueden convertirse en puentes, más fuertes de lo que cualquiera habría imaginado… Y las cosas que construyen nos sorprenden a todos, incluso a ellos mismos”.

Imagen Ted Talks
Tulley afirma que vivimos en un mundo en donde los niños se encuentran frecuentemente sometidos a contextos de sobreprotección, en donde las regulaciones infantiles en cuanto a seguridad son cada vez más severas. Se pregunta -y nos anima a preguntarnos- hasta dónde puede llegar esta tendencia.

Una de nuestras ponencias más solicitadas* tiene que ver precisamente con recordarnos a todos, como padres y sociedad, hasta qué punto “cuidamos” de nuestros niños de “tantos peligros” hasta enseñarlos a desenvolverse sólo en un mundo “seguro”, un mundo muy distinto al real. En palabras de Tulley:

“Cuando redondeamos cada esquina y eliminamos cada objeto afilado, cada pedazo punzante del mundo, entonces la primera vez que los niños entren en contacto con algo afilado o que no esté hecho de plástico redondeado, van a lastimarse. Así que, a medida que los límites de lo que definimos como la zona de seguridad se hacen cada vez más pequeños, aislamos a nuestros niños de valiosas oportunidades para aprender a interactuar con el mundo que les rodea.”

Resalta que su propuesta no es una invitación al riesgo, sino más bien -todo lo contrario- una nueva visión de seguridad, una que nos permita preparar a nuestros niños ante vivencias reales, en donde puedan sentirse confiados ante los retos de la vida real.


Así, el tinkering, más allá de los laboratorios, cursos y campamentos que propone, invita a una novedosa visión de la educación en la que no solo se fomenta la adquisición de competencias, como el trabajo en equipo y la capacidad de aprender a largo plazo, sino que además prepara y empodera a los niños ante la aventura de explorar, conocer y comprender el mundo real.

Artículo de Kreadis con información de:

-Gever Tulley enTedTalks, LifeLessons Through Tinkering
-Gever Tulley enTedTalks, 5dangerous things you should let your kids do
-Maria Xanthoudaki, Tucreatividad no tiene límites 

*El valor educativo de la frustración

domingo, 2 de julio de 2017

5 Claves para hacer frente a los suspensos durante el verano

Transcurrido el año escolar, llegan por fin las vacaciones. Padres e hijos se preparan para ellas y las esperan con entusiasmo, hasta que el boletín de notas pone freno a la celebración cuando trae consigo uno o varios suspensos.

Son muchos los disgustos y la sensación de decepción que experimentan padres y madres porque sus hijos han suspendido. Surgen preguntas, pedir y rendir “cuentas”, sensaciones variopintas y, en muchos casos, conflictos en el contexto familiar.

Una calificación deficiente no suele ser fácil de aceptar y muchos padres la interpretan como una especie de fracaso personal o, incluso, como un precedente desalentador de cara al futuro de sus hijos. Las sensaciones que suelen aflorar con mayor rapidez son el desánimo, el enfado y la frustración, así como una serie de cuestionamientos hacia el hijo y hacia sí mismos.

Son muchas las razones que alimentan las sensaciones de los padres de cara a los suspensos. Una de ellas responde a la creencia de que las notas son un reflejo del rumbo que toman sus hijos, así como su perspectiva de futuro. En otros casos, las notas aportan valor -de manera más o menos consciente- a la imagen que los padres tienen del niño. Por otro lado, muchos padres son sensibles ante el hecho de que el fracaso escolar habla -con mucha frecuencia- de procesos, cambios, inhibiciones o conflictos por los que está atravesando el niño y que no se manifiestan explícita o claramente sino a través de sus resultados académicos.

Las sensaciones de frustración suelen incrementarse en los casos de familias en donde el año escolar ha transcurrido como un campo de batalla, o un escenario de grandes esfuerzos en cuanto a tiempo, dedicación y recursos. Los suspensos generan gran impacto y rabia cuando se valoran dichos esfuerzos (tiempo dedicado a estudiar con el hijo, discusiones familiares por los resultados parciales, dinero invertido en academias y profesores particulares…) en relación con el resultado obtenido, despertando mayor incomprensión por parte de los padres.

En cualquier caso, los suspensos ponen a los padres en una posición de impotencia y temor, que se manifiesta de diversas formas y, como es lógico, afectan las dinámicas de cara a las vacaciones. Son comunes las frases como “Nos has fastidiado el verano a todos”, “Olvídate de salir a jugar o estar con tus amigos, vas a hincar los codos todo el verano”, “No sé qué piensas hacer, pero no nos vas a arruinar el verano a nosotros”.

Muchos padres desde su sincera preocupación hacia el hijo o desde sus propias emociones y fantasías -algunas más fáciles de detectar que otras- se preguntan con frecuencia qué hacer frente a estas situaciones. Es por ello que resumimos algunas claves que esperamos sean de ayuda, para manejar la situación que deriva de los suspensos al finalizar el curso.

1. Mantener la calma

Antes de reíros o sentir desesperanza (y dejar de leer), tened en cuenta que os comprendemos y sabemos que las sensaciones que podéis sentir como padres en estas situaciones, son muchas y muy potentes. Así que permitid que os comentemos por qué apuntamos esto como primera clave:

En primer lugar, y sin intención de quitarle peso al tema, son pocos los que pueden decir que nunca han suspendido o fallado alguna prueba -de la índole que sea- a lo largo de su vida. Los suspensos y los fallos son parte del aprendizaje, lo cual no quiere decir que sea algo grave. Lo que sí puede agravar la situación es cuando estos se manejan de manera incorrecta o se ignoran las claves que apuntan a que es necesario atender a algo más o hacer un cambio.

Segundo, esos primeros momentos tras conocer las notas, suelen estar muy cargados emocionalmente. Bajo tales emociones, no es difícil que expresemos opiniones “sin filtro” que pueden llegar a agravar la situación que subyace al suspenso.

No se trata de que os reservéis vuestras opiniones. Intentad, sin embargo, esperar que pase el “pico emocional” antes de hablar con vuestro hijo. Todo aquello que le preguntamos al niño espera una respuesta sincera o “esclarecedora” de su parte. Generalmente, desde el enfado de los padres, los hijos suelen dar dos tipos de respuesta: o bien defensiva (“no sé el por qué, pensé que iba bien”, “el profesor me tiene manía”, “a Rafa sí lo aprobaron con 4,8”, “tú no me entiendes”, “déjame en paz”) o a través del bloqueo, la inhibición o la huida (llantos, silencios, irse a su habitación).

En “momentos emocionales pico” hay gran facilidad para expresar frases que asimilen el suspenso o “fracaso” a lo que el niño es, tales como “esto ha pasado porque eres un vago”, “nunca escuchas”, “sólo piensas en ti y no en cómo nos afectaría”. Sin embargo, suele haber menos apertura a reflexionar comprehensivamente en qué puede estar afectando la nota o resultados obtenidos.

Es necesario que tengamos claro lo que sentimos antes de expresarlo. En general, los niños responden bien ante nuestro esfuerzo por comprenderles, porque los embarca asimismo en su propio camino de auto-comprensión. Con esto no decimos que haya que quitarle importancia a la situación, sino que una actitud comprensiva, estimulante y asertiva es una clave. Expresar el enfado de manera constructiva y coherente puede hacer del suspenso una verdadera vía de aprendizaje. Hemos de ser sinceros teniendo en cuenta que no hay nada más importante que la autoestima del niño o nuestra relación con él o ella.

2. Analizar los motivos del suspenso

Es importante explorar la opinión del niño en cuanto a qué ha motivado el suspenso. Cada razonamiento al respecto lleva consigo distintos tipos de afrontamiento. En muchas ocasiones los suspensos se atribuyen a falta de “dedicación”, concentración o planificación. Es de vital importancia que no se ignoren las circunstancias generales del niño (a nivel emocional, del ciclo vital, familiar, social…), para determinar con mayor exactitud qué factores pueden estar influyendo en su desempeño académico.
Hay un factor “técnico” en el contexto educativo actual, que no deja de afectar los resultados en el paso de un curso a otro. Las exigencias y capacidades que son necesarias en etapas sucesivas no siempre son alimentadas o atendidas en etapas previas. Existe un vacío entre lo que “los padres piensan que el colegio debe estar enseñando” y lo que “el colegio piensa que los padres deben estar atendiendo” durante el proceso formativo y educativo. En estos casos, es necesario cubrir ese “vacío” con alternativas que puedan proveer al niño de recursos para la planificación, organización y manipulación (técnica y comprensiva) del material impartido en el curso.

Como comentamos al principio, la experiencia nos muestra que los resultados deficientes o incluso preocupantes a nivel académico, suelen ser reflejo de otros procesos que atraviesa el niño que requieren atención. En la mayoría de los casos la responsabilidad de los suspensos se atribuye exclusivamente al niño (a sus aptitudes y actitudes), dejando de lado otros elementos que juegan un papel de importancia, tales como: los recursos del centro, las herramientas que se proveen para hacer frente a nuevos retos académicos y de contenidos; circunstancias particulares cognitivas, emocionales, sociales o de adaptación; o, dinámicas familiares o contextuales (límites, expectativas, exigencia, conflictos en el seno familiar…).

En este sentido, además del análisis que se hace desde el equipo parental y con el niño, puede ser de gran ayuda solicitar tutoría con el maestro, orientador o tutor para esclarecer los factores que pueden estar influyendo en los resultados académicos. Cada niño es distinto, pertenece a una familia diferente, procesa las emociones y situaciones de forma única… y por ello los suspensos no responden siempre a las mismas causas ni se pueden seguir las mismas directrices para todos los casos de forma unívoca.

3. Y ¿Qué pasa con el castigo?

Muchos padres usan el castigo como un “motivador”, es decir “va a estudiar para que le devuelva el móvil”, “hará las fichas de mates para ganarse el tiempo en la pisci” … Sin embargo, en estos casos está comprobado que el castigo no influye de manera real en la motivación o decisión del niño frente a la intención de estudio. Aún más, cuando se trata de un adolescente, la apatía que puede mostrar ante el castigo es incluso más desesperante o frustrante para los padres y, como imaginaréis, igual de improductiva.

El estudiar o no, no debería representar un elemento asociado al premio o al castigo. El proceso de aprendizaje no debería traducirse para el niño en un “proceso mercantil”. De ahí a que la clave #2 sea tan importante: Una vez conocidos o esbozados los factores que pueden estar influyendo en el suspenso, es necesario actuar sobre ellos y crear paralelamente un sentido de compromiso, es decir, de responsabilidad.

Si estudiar es una responsabilidad, faltar a dicha responsabilidad ha de acarrear ciertas consecuencias. Consecuencias, que no quiere decir “castigo”. ¿Cuál es la diferencia? El castigo implica una acción que acarrea otra acción punitiva, algo que sentencia que lo que se ha hecho está mal y no ha de ocurrir. Admite poco espacio para la reflexión: “si no haces esto, te quito esto”. Sin embargo, la responsabilidad guarda en sí un elemento socializador: “todo lo que hago tiene consecuencias sobre mí, sobre otros y sobre mi contexto”. Desde la intención de formar individuos sanos y coherentes que serán parte de la sociedad futura, es una tarea imprescindible educar en responsabilidad, más que en error-castigo.

El castigo suele generar un contexto emocional “negativo” y uno de nuestros objetivos para transformar el suspenso en un aprendizaje, es que este se enmarque dentro de un contexto más motivador. Un castigo significaría “no dejarle bajar al parque durante el verano para jugar con los vecinos”, o “quitarle el móvil durante todas las vacaciones” … Sin embargo, una consecuencia asociada a la responsabilidad significaría establecer horarios de estudio y marcar rutinas diarias que permitan hacerse cargo de los resultados académicos y trabajar para dar respuesta a la situación.

En contextos emocionales agitados (y de ahí nuestra clave #1) se suelen imponer castigos desproporcionados que no generan un cambio real en la situación (en algunos casos producen cambios “de forma, pero no de fondo”), por lo que puede ser muy útil que los padres se den un espacio para determinar cómo el niño -y bajo qué límites y acuerdos- ha de responder ante el suspenso.

4. Hacer un plan, sin sacrificar el verano

Como es lógico, tiene que haber un periodo de trabajo y también de descanso. Esto se aplica tanto a padres como a hijos. No es aconsejable que los niños empiecen a estudiar apenas terminan el curso escolar. Suele ser más productivo que haya un espacio de descanso y ocio; y se puede usar este tiempo además para hacer una planificación ajustada a la edad del niño, las asignaturas suspensas y las medidas que se consideran necesarias para atajar el problema que ha suscitado las notas. El tema es poder encontrar un equilibrio entre ambas cosas; no se trata de que el niño abandone por completo la rutina y deje las asignaturas pendientes para última hora, ni tampoco que pase todo el verano estudiando sin salir de casa. Los niños deben tener siempre su tiempo para jugar y compartir con amigos.

Con mucha frecuencia, las familias responden ante el suspenso de alguno de los hijos volcándose en él o ella, o renunciando a las vacaciones familiares. Esto es un error por varios motivos: El suspenso o resultado académico del niño representa sólo un elemento del panorama familiar. No hay razones para convertirlo en algo que impregne toda la dinámica y actividades familiares. En su lugar, se trata de una situación que, si bien puede introducir cambios, es necesario manejar en contexto y de acuerdo a las circunstancias familiares.

Por otro lado, la carga negativa sobre los estudios se incrementa cuando la familia se ofrece como “mártir” al suspenso y se limita el ocio de otros miembros de la familia. Estaríamos, en este caso, penalizando toda la dinámica de la familia, teniendo en cuenta que tras el año escolar tanto padres como hijos necesitan y merecen el tiempo de descanso que ofrece las vacaciones.

Aunado a lo anterior, “suspender las vacaciones” se interpreta como un castigo y, como mencionamos antes, lo más importante es identificar el motivo que subyace a los suspensos y buscar soluciones para el buen desempeño y desarrollo de los hijos. En este sentido hemos de tener en cuenta, que aun cuando los suspensos dan señal de que es necesario cambiar, trabajar o mejorar sobre un tema que está siendo conflictivo, no todo lo que el niño ha hecho durante el año se resume en el “fracaso del suspenso”. Reconocer los esfuerzos y logros más allá de los resultados es sano y asimismo necesario.

Por último, está comprobado el efecto positivo que tienen los descansos en la educación. Aunque muchos padres suelen asociar correlativamente el tiempo de estudio en relación con los resultados, esta relación no es directa. No necesariamente mientras más tiempo se dedique a estudiar, mejor será el resultado obtenido. Los beneficios de los descansos han sido ampliamente estudiados y por ello han de tenerse en cuenta de cara al verano.

5. Ayudarlos a sacar lo mejor de sí mismos

Contrario a lo que desearíamos, la motivación de nuestros hijos no depende de nosotros. Se habla desde hace años en líneas generales, de dos tipos de motivación: la intrínseca (la que emana de la propia persona, desde sus propios deseos y objetivos) y la extrínseca (aquella que se estimula a través de recompensas externas). La mayoría de los padres frente a la frustración del suspenso, se enfocan en trabajar la segunda de ellas, ofreciendo recompensas, quitando privilegios o estableciendo acuerdos de qué se gana o qué se pierde dependiendo el desempeño del niño. Sin embargo, está comprobado que lo que nos impulsa a la mejora es la motivación intrínseca, la satisfacción de hacer las cosas más allá de la recompensa externa que acarrea realizarlas. A pesar de su importancia, es este tipo de motivación el que más pasa desapercibida.

La actitud de los padres es fundamental para alimentar la motivación real del niño. Pensando en ello, así como en la estabilidad de la autoestima e identidad del hijo, es crucial poder transmitir mensajes positivos que fomenten la sensación de capacidad y superación. Asimismo, comentarios del tipo: “Apruebes o no, ya el verano se ha fastidiado”, “Esto ha ocurrido porque no trabajas porque no quieres”, calan en los niños y suelen generar un contexto emocional desalentador. Se puede caer con ello en la “profecía autocumplida” (la persona cree que haga lo que haga va a suspender, al final no se implica de manera sincera y lo previsto se cumple) o en un estado de indefensión o desesperanza “haga lo que haga, no voy a poder aprobar”, o “qué más da que apruebe, si el año que viene será igual o peor”.

Es importante apoyar al niño, escucharlo, dejar que se exprese, darle seguridad y estimularlo reforzando la idea de que logrará alcanzar el objetivo que se plantee, siguiendo un plan de acción y en coordinación con el centro educativo, profesores y tutores que proveen de un enfoque e información valiosa para encaminar el trabajo a realizar.

Las vacaciones, con suspensos o sin ellos, no es un espacio “aislado en el tiempo” y ha de integrarse en éste experiencias positivas de aprendizaje. Puede que las claves propuestas se perciban como insuficientes dadas las emociones, sensaciones y consecuencias que se despliegan en el contexto familiar, sin embargo, lo más importante es poder resaltar cómo las respuestas impulsivas, trágicas o rígidas por parte de los padres, no suelen ser eficientes al atajar el problema. Por su parte, poder ensayar y reflexionar sobre estas claves sí suele serlo, siempre teniendo en cuenta que hemos y podemos buscar ayuda profesional cuando sentimos que se trata de una situación desbordante o que habla de otras problemáticas emocionales del niño.

¿Ansiedad de tu hijo frente al campamento de verano? Algunas claves para gestionarla

Foto: Robert Jahns
Con el fin del curso escolar y el inicio de las vacaciones, son muchos los padres que optan por apuntar a los niños a campamentos de verano. Cuando pensamos en éstos solemos imaginar niños jugando, divirtiéndose y pasándola bien, sin embargo, son muchos los casos en donde resulta una situación emocionalmente difícil para algunos hijos (y padres).

En estos casos, suele infravalorarse o ignorarse la ansiedad que pueden experimentar los niños, la cual es una reacción natural frente a la ruptura de la rutina, el contexto desconocido y los nuevos retos y situaciones que percibe que enfrentará; y en el caso de los campamentos fuera de la ciudad, a la separación física de los padres.

La mayoría de los niños experimentan una mezcla de emoción y nerviosismo, y en los casos más frecuentes y sencillos de gestionar, el entusiasmo vence a los nervios. Sin embargo, algunos niños presentan un nivel de ansiedad lo suficientemente importante que termina interponiéndose en lo que debería ser una experiencia de disfrute y desarrollo.

Los campamentos de verano suelen ser contextos que permiten afinar y ensayar distintas habilidades: adaptabilidad social, seguridad en sí mismo, tolerancia a la frustración… La experiencia allí vivida puede fomentar habilidades sociales y cultivar la autonomía e independencia, a la vez que alimenta la seguridad a través de las distintas actividades que se realizan. 

La actitud de los niños para participar a gusto en un campamento de verano, depende tanto de la preparación (edad, experiencias anteriores…), de las condiciones del campamento (si vuelve a casa todos los días o se trata de un campamento a las afueras, si conoce a algún compañero que también participará en él), de la actitud de los padres, así como del temperamento del niño y la evaluación que hace de las dificultades que prevé que pueda encerrar la situación.

La clave para ayudar a tu hijo a superar los “nervios pre-campamento” es reconocer sus sentimientos y emociones, y proporcionarle las herramientas para gestionarlos.

Aquí algunos tips que pueden ser de ayuda:

1. Permite que tu hijo desarrolle un sentido previo de pertenencia y apropiación de la experiencia. Involúcralo en la elección del campamento, ayúdalo a familiarizarse con el contexto del mismo. Muéstrale qué actividades va a realizar, de manera que pueda superar el bloqueo o la ansiedad de la incertidumbre o duda, y formularse expectativas al respecto.

2. Alimenta el entusiasmo de tu hijo frente al campamento. Comprad juntos los materiales, ropa o equipamiento que necesite, e intentad enfocaros en las cosas que conocéis del campamento (y por tanto se pueden anticipar) que le puedan hacer ilusión.

Foto: Jorge Collado
3. Evita enfocarte en lo que aumenta la ansiedad del niño. En lugar de hacer preguntas dirigidas como “¿Estás nerviosa por los paseos fuera de la ciudad?”; haz preguntas abiertas como “¿Qué tal te sientes en cuanto a los paseos?”.
4. Evita trivializar sus preocupaciones o intentar tranquilizarle con promesas y palabras simplistas o con una seguridad superficial: “¡No hay nada de qué preocuparse!”, “Pero si todos los niños que van están que revientan de emoción!”. Este tipo de frases pueden ser contraproducentes y desmotivar aún más al niño, a pesar de que se hacen con la intención contraria. Intenta, en su lugar, demostrar que entiendes sus preocupaciones y mostrar empatía.

5. Reflexiona acerca de tus propias experiencias en relación con el tema y comparte los aspectos positivos de éstas con tu hijo. Muéstrale que estás dispuesta/o a hablar acerca de las cosas que estará haciendo, bien se trate de comer y probar nueva comida, conocer y llevarse bien con compañeros, o enfrentarse a nuevas actividades.

Foto: Francisco Amor
6. Si es necesario, ¡ensayad!.  Una ‘quedada’ con amigos menos cercanos, una noche en casa de la abuela con los primos, juego de roles en casa para disipar los miedos… Sé creativa/o y ensaya formas que le hagan más fácil a tu hijo afrontar la nueva experiencia.

7. Se consciente de tus propias ansiedades. “Que el niño no coma adecuadamente, que no haga amigos, que no lo pase bien o que se niegue rotundamente a asistir…”, piensa en todo aquello que te puede generar inseguridad para evitar filtrarla al niño. Recuerda que tu hijo puede captar tus emociones y sentimientos aun cuando no los verbalices.

8. En los casos de campamentos fuera de la ciudad, evita las despedidas largas y ‘dramáticas’. Muchas veces los padres experimentan un mayor nivel de ansiedad de cara a la separación del hijo que el mismo niño. Es necesario que, incluso en la despedida, podamos transmitir al niño la confianza que sentimos en él. Es necesario evitar las despedidas muy largas, ya que estas suelen aumentar los sentimientos encontrados del niño.

9. Ayuda a tu hijo a hacer planes realistas acerca de alguna actividad que le preocupe particularmente. Explorar de forma imaginaria las distintas vías de afrontamiento puede ayudarle a ver que es capaz de gestionar las situaciones temidas y, sobre todo, generar soluciones e ideas. Asimismo, el poder generar ideas para tolerar la frustración o ser flexibles al pensar en soluciones, dota al niño de una sensación de éxito que disminuye los miedos fantaseados.

10. Si tu hijo tiene algún tipo de dificultad psíquica, emocional, de aprendizaje o médica, no lo guardes en secreto. Es necesario que los monitores y el personal del campamento puedan tener la información necesaria para prevenir problemas y sacar el máximo partido de la experiencia de tu hijo. Asegúrate, además, de hacerle saber al niño que los monitores están ahí para ayudarle, tanto en lo que respecta a dudas o preguntas simples, como a otros temas que puedan ser de mayor importancia.

En general, la preocupación surge de las situaciones de incertidumbre, por tanto, reducirla en la medida de lo posible, ayudará al niño a disminuir su ansiedad. Es necesario que recordemos que la ansiedad y preocupación puede distorsionar el sentido en el que se percibe la realidad, por lo que la intervención de los padres en la gestión de estos sentimientos es de gran importancia y valor, ya que cuando dichas preocupaciones se reiteran sin mediar en ellas y gestionar las emociones que generan, se incrementa la sensación de indefensión del niño.

En la mayoría de los casos, los nervios del niño vienen del hecho de anticipar las posibles dificultades a las que habrá de enfrentarse. Muchas veces estas dificultades que anticipa son reflejo de dificultades reales en su regulación emocional o social. De aquí la importancia que tiene no pasarlas por alto o ignorarlas, sino proporcionar las herramientas para superar las dificultades y facilitar que el niño pueda sacar el mayor provecho de esta experiencia de cara a su desarrollo.


Artículo de Kreadis con información de: Asociación de Psicología Americana, Child Mind Institute, y Consejo General de la Psicología de España.

jueves, 28 de julio de 2016

Frenar “el bajón del verano” en el aprendizaje a través de la escritura y la lectura

Con la llegada de las vacaciones y la pausa del verano, suele empezar la discusión en cuanto a cómo evitar el bajón que supone esta época en las habilidades y hábitos de estudio de los niños.

Se manejan muchas estadísticas en cuanto a cómo la pausa vacacional influye negativamente en las habilidades y conocimientos adquiridos durante el año, así como en los hábitos diarios que organizan la vida de los niños y su rol como estudiantes. Surgen así muchos consejos, tips, ideas, recursos y estrategias que pretenden reducir el impacto ocasionado por el hecho de que los estudiantes estén fuera del aula durante todo el verano.
Muchos padres optan por comprar y saturar con cuadernillos de contenido y práctica (mates, lengua, naturales…) a los niños, lo que no sólo produce en ellos gran frustración, sino que además tensa la relación entre padres e hijos y el verano termina por ser una extensión de la “lucha” frente a los estudios y la necesidad de abarcar ciertos contenidos o actividades. Si comparásemos esto al mundo adulto, no es difícil ponerse en los zapatos de los niños imaginando lo desagradable que nos resultaría tener que trabajar durante nuestras vacaciones. No obstante, la pérdida del aprendizaje durante el verano es una realidad que afecta a muchos estudiantes y desde luego exige una gestión que pueda conciliar el respeto por su época de descanso con el mantenimiento de las habilidades adquiridas y hábitos mínimos cotidianos.