lunes, 31 de julio de 2017

Tinkering: Un campamento de verano para explorar el mundo con las manos

El “Tinkering School” es un programa educativo creado por Gever Tulley el cual se vale de un contexto de ingeniería y construcción como metáfora de la vida: Dotar a los niños de herramientas reales, para solventar problemas reales en el mundo real.

Incluye formatos como cursos y laboratorios (impartidos también en Madrid), y propone especialmente campamentos de verano, todos ellos centrados en “aprender haciendo”: manipular, experimentar, crear, equivocarse y volver a empezar.

Tinkering, frecuentemente traducido como “jugueteo” o “cacharreo”, está planteado para ofrecer un contexto lúdico y colaborativo en donde se pretende recuperar algo de libertad física e intelectual, como una oportunidad para pensar con las manos, para construir significado y comprensión. Quienes lo fomentan afirman que no se trata de un ejercicio de nostalgia, sino de empoderar a los niños mediante habilidades técnicas, interpersonales y de resolución de problemas que les ayudarán a desarrollar su potencial de cara a los retos del siglo XXI.

Sabemos de sobra que los tiempos actuales y los avances tecnológicos plantean retos en los diferentes contextos de la vida, incluyendo el educativo, y en ello se apoyan este tipo de proyectos de innovación educacional. Por ejemplo, hay datos que apuntan que el 65% de los alumnos de primaria tendrán trabajos que hoy todavía no existen, usarán tecnología que aún no ha sido inventada, y resolverán problemas que ahora mismo no consideramos como tales. Asimismo, el 47% de los oficios que existen hoy en día, se automatizarán en los próximos 20 años, y mucha de la información que consideramos relevante hoy, será obsoleta el día de mañana.

Por ello, tal y como explica Maria Xanthoudaki, directora de Educación en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología Leonardo da Vinci de Milán, el tinkering es un método para explorar y comprender nuestro mundo cambiante mediante la ciencia, la tecnología y el arte. Es una metodología que empodera a los jóvenes para intervenir en el espacio que les rodea y cuyas propuestas abiertas e interdisciplinarias abarcan ámbitos científico-técnicos y artísticos.

Como afirmaba Maria Montessori, las manos son los instrumentos de la inteligencia humana, por lo que en el tinkering school, los materiales y herramientas son parte del “laboratorio intelectual” de la mente. En este sentido, Tulley -su creador- apoya el uso de materiales y herramientas que muchos padres considerarían “peligrosos” para los niños, ya que afirma que estos se benefician de este tipo de juego-aprendizaje, en donde terminan por sentirse cómodos vivenciando experiencias reales. Por tanto, creatividad, experimentación y ludificación son algunos de los ejes fundamentales del tinkering.

Tulley describe así su Escuela de Experimentación:

“Es una escuela donde los chicos pueden agarrar palos, martillos y otros objetos ‘peligrosos’ con plena confianza en su manejo, confiados en que no se lastimarán a sí mismos ni a otros. En el Tinkering School no seguimos un programa fijo y no hay exámenes. No intentamos enseñar algo específico.

Cuando los chicos llegan, se les confronta con muchas cosas: Madera y clavos, soga y ruedas, y un montón de herramientas, herramientas reales. Es para los chicos una experiencia de seis días de inmersión, y en ese contexto podemos ofrecerles a los niños tiempo, algo que suele ser escaso en sus vidas sobreagendadas. Nuestra meta es asegurarnos que ellos se van con un mejor sentido de cómo hacer cosas que cuando llegaron, así como la profunda noción interna de que uno puede descubrir cosas tan solo jugueteando.


Nada sale como es planeado, nunca. Y los chicos pronto aprenden que ningún proyecto resulta ser 'perfecto' y se adaptan a la idea de que cada paso dentro de un proyecto es un paso más cerca de la dulzura del triunfo. Empezamos con garabatos y dibujos y a veces hacemos verdaderos planes. En otras ocasiones solo empezamos a construir: Construir es el corazón de la experiencia. Los adultos actuamos como colaboradores, manteniendo el contexto en los proyectos y guiando hacia la meta. El éxito está en el hacer y se festejan y analizan los fracasos. Los problemas se convierten en rompecabezas y los obstáculos desaparecen (…) Surge una profunda comprensión y nuevos enfoques sorprendentes para resolver los problemas que momentos antes hacía que los chicos se sintiesen frustrados… Todos los materiales están a su disposición, incluso las bolsas de plástico pueden convertirse en puentes, más fuertes de lo que cualquiera habría imaginado… Y las cosas que construyen nos sorprenden a todos, incluso a ellos mismos”.

Imagen Ted Talks
Tulley afirma que vivimos en un mundo en donde los niños se encuentran frecuentemente sometidos a contextos de sobreprotección, en donde las regulaciones infantiles en cuanto a seguridad son cada vez más severas. Se pregunta -y nos anima a preguntarnos- hasta dónde puede llegar esta tendencia.

Una de nuestras ponencias más solicitadas* tiene que ver precisamente con recordarnos a todos, como padres y sociedad, hasta qué punto “cuidamos” de nuestros niños de “tantos peligros” hasta enseñarlos a desenvolverse sólo en un mundo “seguro”, un mundo muy distinto al real. En palabras de Tulley:

“Cuando redondeamos cada esquina y eliminamos cada objeto afilado, cada pedazo punzante del mundo, entonces la primera vez que los niños entren en contacto con algo afilado o que no esté hecho de plástico redondeado, van a lastimarse. Así que, a medida que los límites de lo que definimos como la zona de seguridad se hacen cada vez más pequeños, aislamos a nuestros niños de valiosas oportunidades para aprender a interactuar con el mundo que les rodea.”

Resalta que su propuesta no es una invitación al riesgo, sino más bien -todo lo contrario- una nueva visión de seguridad, una que nos permita preparar a nuestros niños ante vivencias reales, en donde puedan sentirse confiados ante los retos de la vida real.


Así, el tinkering, más allá de los laboratorios, cursos y campamentos que propone, invita a una novedosa visión de la educación en la que no solo se fomenta la adquisición de competencias, como el trabajo en equipo y la capacidad de aprender a largo plazo, sino que además prepara y empodera a los niños ante la aventura de explorar, conocer y comprender el mundo real.

Artículo de Kreadis con información de:

-Gever Tulley enTedTalks, LifeLessons Through Tinkering
-Gever Tulley enTedTalks, 5dangerous things you should let your kids do
-Maria Xanthoudaki, Tucreatividad no tiene límites 

*El valor educativo de la frustración

La otra cara de decir "muy bien" a los niños

Tenemos la tendencia a aplicar los conceptos de “bien” y “mal” a muchos aspectos de nuestras vidas, incluyendo la manera en la que evaluamos las conductas de los niños. Intentamos fomentar “lo positivo” y detectar “lo negativo” con el objetivo de suprimirlo. Ambos polos suelen gestionarse por parte de los padres mediante la dualidad castigo-refuerzo. Este último ha adquirido mayor prominencia tras la cantidad de información que desaconseja pertinazmente el castigo y la crítica como medidas educativas. Observamos asimismo como cada vez está más de moda lo relacionado con la psicología positiva, el “todo está bien”, insistir sobre centrarnos en los aspectos buenos de la persona y reforzarlos, lo que a su vez ha ayudado a que el refuerzo y los elogios se extiendan y se automaticen.
Estamos viviendo un momento en el que, quizá por acortar la brecha generacional y profundizar en el esfuerzo por entender a nuestros niños, nos movemos a zancadas entre las diversas perspectivas que nos garantizan una crianza y desarrollo sano de los hijos: "reforzarles, no castigarles", "centrarse en los aspectos positivos, no en los negativos", "sacar partido de los baches, no las quejas", “poner límites vs. dejar espacio para que cuestionen”… un amplio abanico de propuestas que muchas veces son puestas en práctica sin razonar o analizar el caso concreto y, en muchas ocasiones, sin un mínimo de consistencia. Muchas propuestas educativas y de crianza tienen su espacio de razón, sin embargo, es necesario tener en cuenta el contexto en el que la situación ocurre, así como otros detalles que caracterizan la respuesta de los padres, de manera que no corramos el riesgo de caer en el reduccionismo de "café para todos".
Aunque se ha alabado durante años los beneficios del refuerzo positivo en los niños, la investigación actual, que se ha ocupado de conocer mejor la influencia y procesos relacionados con el mismo, ha aportado mayor claridad al papel que juega en su conducta. “Lo has hecho muy bien” “Tu dibujo es precioso”, son frases que pueden sonar familiares ya que muchos las hemos usado para alentar a los niños y que aprendan sobre el valor de sí mismos. Sin embargo, aunque nuestras intenciones son las mejores, si nos detenemos a reflexionar un poco más allá acerca de esta tendencia, veremos que este tipo de alabanzas incluyen un juicio de valor por parte de los padres (o por parte de la figura que las hace). No es nuestra aprobación o evaluación lo que pretendemos que guíe el desarrollo y conducta del niño, sino más bien que este pueda llegar a sus propias conclusiones apoyándose en nosotros.
El destacado investigador en el campo de las ciencias sociales Alfie Kohn, quien ha estudiado durante años diversos aspectos acerca de la parentalidad y la educación, nos adelantaba hace unos años (2001) su preocupación al respecto, dado que se ha enaltecido el refuerzo hasta un punto, que se pierde de alguna manera con ello la naturalidad del elogio y se obvian algunos aspectos menos constructivos del mismo. El “Muy bien” que le solemos dirigir a los niños, se ha automatizado y se dice, en muchas ocasiones, de manera indiscriminada.
Es muy frecuente en cualquier contexto familiar, escuchar que se les dice a los niños de manera recurrente “¡Muy bien!: Cuando se comen toda la comida, cuando sonríen, cuando hacen algo que les pedimos… Muchos nos reconoceremos a nosotros mismos o a otros utilizando este tipo de frases con nuestros niños al punto de que casi se han convertido en un “tic verbal”.
Alfie Kohn señalaba que, aunque hay una gran variedad de textos que advierten en contra de recurrir al castigo, es muy difícil encontrar opiniones profesionales que desalienten el uso del refuerzo positivo en la educación de los niños. El punto aquí no es cuestionar la importancia de apoyar e incentivar a los niños, la necesidad de amarlos y abrazarlos, de ayudarlos a sentirse bien con ellos mismos. Lo relevante de este punto de vista es poder mostrar cómo ciertos elogios de carácter evaluativo desnaturalizan algunas conductas del niño que son parte de su proceso de crecimiento, y le dificultan acceder a la comprensión y autenticidad que intentamos fomentar.
Apuntamos aquí las razones que apoya la investigación, por las que se desaconseja echar mano constantemente del “Muy bien” y de los elogios evaluativos:
1. El elogio evaluativo encierra en sí una forma de “manipulación”. Cuando le decimos al niño “¡Muy bien!” una vez que ha limpiado y guardado sus materiales de pintura, le decimos a su vez que esa es la conducta que queremos ver en él. Aunque deseamos que aprenda y siga normas y reglas, el mensaje no deja espacio para la reflexión del niño ni añade información descriptiva que pueda serle de valor. En la mayoría de los casos, este tipo de mensajes tienen menos que ver con sus necesidades emocionales que con nuestra propia conveniencia o deseo. El “Muy bien” se traduce en un símil verbal de una recompensa tangible y bien sabemos que la motivación y el deseo son mucho más potentes que las recompensas externas y que, además, estas no siempre sobrevendrán a nuestras acciones en la vida adulta.
La razón por la cual los elogios pueden funcionar a corto plazo es que los niños pequeños están hambrientos de aprobación. Pero nosotros tenemos la responsabilidad de no aprovecharnos de esta dependencia para nuestra propia conveniencia. Los niños también pueden empezar a sentirse manipulados por esto, incluso si ellos no pueden explicar a ciencia cierta por qué.
2. Inducimos a los niños a estar en constante búsqueda de aprobación. Algunas veces felicitamos a los niños solamente porque estamos genuinamente complacidos por lo que han hecho. Sin embargo, incluso en dichas situaciones, vale la pena poner más atención. En algunos casos, en vez de aumentar la autoestima de un niño, podemos estar incrementando su dependencia hacia nosotros. Las investigaciones han comprobado cómo este tipo de situaciones fomentan la aspiración del niño por satisfacer el deseo que transmite el interlocutor a través de su elogio, por tanto se incrementa asimismo la dependencia de este hacia nuestras evaluaciones, nuestras decisiones acerca de lo que está bien y mal, en lugar de aprender de sus propios juicios. Esto los lleva a medir su valor en términos de lo que a nosotros nos hará “felices” o les procurará un poco más de aprobación.
Mary Budd Rowe, investigadora de la Universidad de Florida, descubrió que los estudiantes que eran elogiados excesivamente por sus profesores eran más indecisos en sus respuestas y más proclives a responder con un tono de voz de pregunta, buscando la aprobación previa de su interlocutor en lugar de sumergirse en su propia reflexión. Asimismo, tendían a retractarse de una idea propuesta por ellos tan pronto como un adulto mostraba su desacuerdo y tenían menos tendencia a perseverar en tareas difíciles o compartir sus ideas con otros estudiantes.
Cuando acostumbramos al niño a felicitarle por todo aquello que realiza, ¿Qué hará cuando no estemos allí para dar nuestra aprobación a su trabajo? Algunos niños se preocupan o se cuestionan a sí mismos cuando no reciben el elogio tras su acción -aun cuando esta sea acorde y correcta- por el simple hecho de estar acostumbrados a recibirlo como forma de refuerzo de su identidad. La identidad del niño y su autoestima han de estar potenciadas por factores más complejos. Los niños necesitan saborear el éxito de llegar a sus propias conclusiones y nuestros elogios y observaciones simplemente deberían ayudarles a que puedan realizar esa autoevaluación de manera sana.
3. Le decimos al niño cómo ha de sentirse. Aparte del problema de dependencia, un niño merece disfrutar de sus logros y sentirse orgulloso de lo que ha aprendido a hacer. También merece decidir cuándo sentirse de tal o cual forma. Cada vez que decimos, “¡Muy bien!”, le estamos diciendo al niño cómo sentirse.
Con total seguridad, hay momentos en los que nuestras evaluaciones son apropiadas y nuestra guía es necesaria –especialmente con niños que ya caminan o que están en edad pre-escolar. Pero una corriente constante de juicios de valor no es ni necesaria ni útil para su desarrollo.
Es probable que, lamentablemente, no nos hayamos dado cuenta de que “¡Muy bien!” es una evaluación tanto como lo es “¡Mal hecho!” La característica más notable de un juicio positivo no es que este sea positivo, si no que es un juicio. Y a la gente, incluyendo a los niños, no les gusta ser juzgados.
Cuando un niño logra hacer algo por primera vez, o hace algo mejor de lo que lo había hecho hasta ahora, es conveniente tratar de resistirse al reflejo de decir “¡Muy bien!” y con ello no diluir su alegría. Es preferible que el niño comparta su placer con nosotros, no que nos mire buscando “un veredicto”. Sería deseable que el niño exclame, “¡Lo hice!” en lugar de preguntarnos con incertidumbre, “¿Lo hice bien?”.
4. Minamos la oportunidad de que descubra sus propios intereses. "¡Muy bonita pintura!” puede hacer que los niños sigan pintando por el tiempo que nos mantengamos mirando y elogiándolos. Pero, Lilian Katz, una de las principales autoridades nacionales de educación en la temprana infancia, advierte “una vez que se retira la atención, muchos niños no volverán a esa actividad.” Efectivamente, una cantidad impresionante de investigaciones científicas han mostrado que mientras más recompensamos a la gente por hacer algo, más se tiende a perder el interés por aquello que se hace para obtener la recompensa.
En un estudio de problemas llevado a cabo por Joan Grusec de la Universidad de Toronto, los niños pequeños que fueron elogiados frecuentemente por sus muestras de generosidad, tendían a ser menos generosos en el día a día, de lo que eran los otros niños. Cada vez que ellos han oído “¡Muy bien por compartir!” o “Estoy muy orgulloso de ti por ayudar”, perdían el interés intrínseco por compartir o ayudar. Estas acciones vinieron a verse no como algo valioso en su propio sentido de lo justo, sino como algo que deben hacer para obtener nuevamente esa reacción del adulto. La generosidad se convierte así en el medio para un fin.
En este sentido, varias investigaciones han mostrado cómo el interés de los niños se orienta a complacer el mensaje oculto tras el elogio, más que a la tarea que están realizando. Por ejemplo, en un grupo en el que se transmitían constantemente mensajes acerca de la inteligencia de los niños “Muy bien, qué listos sois”, estos evitaban las pruebas difíciles y rehuían del error, interesándose solo por aquellas actividades que garantizaran la recompensa verbal.
Entonces la pregunta: ¿motivan los elogios a los niños? Por supuesto. Los motivan principalmente a obtener elogios. Desgraciadamente, esto sucede frecuentemente a expensas del compromiso, motivación o interés hacia aquello que estaban haciendo y que provocó el elogio.
5. Desnaturalizamos la conducta del niño e influimos sobre su desempeño. Varias investigaciones han encontrado que los niños que de forma constante reciben elogios evaluativos por hacer bien un trabajo creativo, tienden a tropezar en la siguiente tarea, y no les va tan bien como a los niños que no fueron elogiados desde el principio.
¿Por qué sucede esto? En parte porque los elogios crean una presión de “continuar el buen trabajo”, llegando a interponerse en el camino de lograrlo. En parte porque su interés en lo que hacen puede disminuir. En parte porque ellos se vuelven menos propensos a tomar riesgos –un prerrequisito para la creatividad- una vez que comienzan a pensar sobre cómo hacer que esos comentarios positivos continúen ocurriendo.
En forma general, “¡Muy bien!” es un vestigio de un enfoque que reduce toda la vida humana a comportamientos que pueden ser vistos y medidos. Desafortunadamente, esta ignora los pensamientos, sentimientos y valores que yacen detrás de los comportamientos. Por ejemplo, un niño puede compartir su bocadillo con un amigo, bien como una forma de atraer un elogio, o como una forma de mostrar genuinamente su deseo de vinculación y generosidad y asegurarse de que el otro niño tenga suficiente para comer. Los elogios evaluativos del tipo “Excelente, has compartido con tu amigo” ignoran estos diferentes motivos. Estos, de hecho, promueven el motivo menos deseable, haciendo a los niños más proclives a tratar de obtener elogios en el futuro, tendencia que se extiende en su vida adulta.
Sin embargo, no es un hábito fácil de romper. Dejar de hacer elogios evaluativos (los más frecuentes en todo tipo de contexto), al menos al principio, puede parecer extraño. Se puede sentir como si se estuviese siendo frío o guardándose algo. Pero eso, (y pronto se vuelve evidente) sugiere que nosotros elogiamos más porque necesitamos decirlo, que porque nuestros niños necesitan oírlo. Siendo esto así, es tiempo de reconsiderar lo que estamos haciendo.
Lo que los niños necesitan es apoyo incondicional, amor sin compromisos. “¡Muy bien!” es condicional. Significa que estamos ofreciendo atención, reconocimiento y aprobación por saltar a través de nuestro aro, es decir, por hacer algo que nos complace a nosotros.
El problema real no es que los niños de esta época esperen ser elogiados por todo lo que hacen. Lo que sucede es que nosotros estamos tentados a tomar atajos, a manipular a los niños con recompensas, en lugar de explicar y ayudarlos a desarrollar las habilidades necesarias y los buenos valores.
Entonces, ¿cuál es la alternativa? Lo más importante es que cualquier cosa que decidamos decir tiene que ser en el contexto del afecto genuino y amor por lo que los niños son, en vez de por lo que han hecho. Una excelente alternativa es sustituir los elogios evaluativos (que encierran juicios), por elogios descriptivos (que fomentan la individualidad y reflexión del niño). En lugar de juzgar lo que vemos, podemos simplemente describir lo que vemos que el niño ha hecho, por ejemplo: En lugar de “Muy bien, qué bonita historia”, podemos decir “Lo has contado de manera que quien la lee y escucha, puede saber exactamente qué siente el personaje”. El elogio descriptivo es específico y genuino, y permite que el niño evalúe sus propias acciones, en lugar de imprimirle automáticamente el juicio que nosotros le ofrecemos. En lugar de describir la acción específicamente, podemos describir lo que pensamos que el niño está sintiendo o sus avances: “Has hecho todos los ejercicios de matemáticas en menos tiempo que hace un mes, ¡parece que eso te complace y alegra mucho!”. Los elogios descriptivos ponen mayor énfasis en el esfuerzo que en la recompensa, enseñamos a los niños a ver las grandezas de sus logros y los puntos “menos positivos” en los que podrían trabajar.
Sin embargo, para poder hacer el cambio en nuestra forma de elogiar a los niños, hemos de reconsiderar nuestros propios requerimientos en vez de simplemente buscar una forma de que los niños obedezcan. Por ejemplo, en lugar de usar “¡Muy bien!” para hacer que un niño de cuatro años se siente callado durante una larga clase o cena familiar, tal vez deberíamos preguntarnos si es razonable esperar que un niño haga esto.
Debemos encaminar a los niños hacia el proceso de tomar sus propias decisiones. Si un niño está haciendo algo que molesta a otros, entonces sentarse posteriormente con él y preguntarle, “¿Qué piensas que podemos hacer para solucionar esto?” Podría ser más efectivo que chantajes o amenazas. Esto también ayuda al niño a aprender cómo resolver problemas y le enseña que sus ideas y sentimientos son importantes. Por supuesto, este proceso toma tiempo, cuidado y coraje. Lanzar un “¡Muy bien!” cuando el niño actúa en una forma que nosotros estimamos apropiada, no considera ninguna de estas cosas, lo que también explica por qué resulta mucho más sencillo de expresar y automático.
Entonces, ¿Qué podemos decir cuando los niños hacen algo impresionante? Como comentamos anteriormente, podemos basarnos en los elogios descriptivos. Para ello podemos:
Decir o describir lo que vimos. Un enunciado simple, sin evaluación (“Te pusiste los zapatos por ti mismo” o incluso solamente “Lo hiciste”) le dice al niño que te has dado cuenta del cambio o acción. También le permite sentirse orgulloso de lo que hizo. En otros casos, puede tener sentido hacer una descripción más elaborada. Si hace un dibujo, podríamos ofrecer unas observaciones –no un juicio- sobre lo que vemos: “¡La montaña es inmensa!” “¡Utilizaste muchos colores!”
Si un niño hace algo cariñoso o generoso, se podría atraer su atención sutilmente hacia el efecto de esta acción en la otra persona: “¡Mira la cara de Gloria! Parece que le ha gustado que compartas las patatas con ella”. Esto es completamente diferente a un elogio, en el que el énfasis está en cómo se siente el adulto acerca de la acción hecha por el niño.
Hablar menos, preguntar más. Incluso mejores que las descripciones son las preguntas. ¿Por qué decirle al niño qué parte de su dibujo le impresionó al padre cuando se le puede preguntar qué es lo que a él le gusta más de su dibujo? El preguntar “¿Cuál fue la parte más difícil de dibujar?” o “¿Cómo hiciste para hacer el pie del tamaño correcto?” es probable que alimente su interés por el dibujo. Decir “¡Muy bien!”, como lo hemos visto, puede tener exactamente el efecto contrario y no le invita a reflexión alguna.
Mostrar aprecio o agradecimiento. Menciona aquello que el niño ha hecho y para qué ha podido servir, por ejemplo “Gracias por recoger la mesa después de cenar. Cuando toda la familia colabora podemos disfrutar más tiempo juntos”.
Centrarnos en la acción, no en la persona. En lugar de juzgar al niño, hemos de intentar centrarnos en la acción. En lugar de “Eres un desordenado, tienes los juguetes por toda la casa”, o “Qué bien que recogiste tus juguetes” podemos decir “Los juguetes están (o no) en su lugar, cuando están ordenados en la habitación son más fáciles de encontrar”.
En resumen, esto no significa que todos los cumplidos o todas las expresiones de gusto sean dañinas. Debemos considerar los motivos por los que los decimos y reflexionar sobre los mensajes ocultos que podemos estar transmitiendo en ellos así como los efectos verdaderos de decirlos. Una expresión genuina de entusiasmo tiene un mayor efecto positivo que el simple deseo de manipular el futuro comportamiento del niño.
¿Están nuestras reacciones ayudando al niño a percibir un sentido de control sobre su vida o fomentando el deseo de buscar constantemente nuestra aprobación?
¿Están estas expresiones ayudándolo a volverse más entusiasta con lo que está haciendo por derecho propio, o convirtiendo la acción en algo que él quiere hacer únicamente para recibir una palmada en la espalda?
No es cuestión de memorizar un nuevo guión, sino de tener presentes nuestros objetivos a largo plazo para nuestros hijos y ser sensibles ante los efectos de lo que decimos.

Artículos relacionados:

Artículo de Kreadis con información de::
-Cinco razones para dejar de decir “¡Muy Bien!” por Alfie Kohn * YOUNG CHILDREN – Septiembre 2001 (Parents, mayo de 2000, Alfie Kohn).
-Praising Children: Evaluative vs Descriptive en Playful Learning.
-Por qué dejar de decir ¡Muy bien! en “El método Montessori”

lunes, 10 de julio de 2017

Las islas de competencia y la percepción de éxito

Todos somos buenos en algo, y hay veces en las que no nos resulta obvio ni es fácil identificar cuáles son estas áreas. Nuestros hijos no escapan a este principio y uno de los cometidos de padres y educadores es ayudarles a ser conscientes de cuáles son las perlas que cada uno de ellos esconde. Una vez encontradas e identificadas estas áreas de fortaleza, comienza el trabajo de construir sobre ellas.

A lo largo de todo el desarrollo y en todas las edades, los niños encaran constantemente situaciones que les suponen retos y aprendizajes. Pensemos en el desafío que implica para ellos el simple hecho de comenzar a caminar y experimentar la posibilidad de desplazarse hacia el lugar que quieren.

Muchos de ellos viven estos desafíos como retos ilusionantes y cada caída o fracaso es un estímulo para continuar perseverando, hasta que consiguen dominar la actividad elegida. Esta experiencia de éxito constituye un elemento vital para el desarrollo de una actitud mental que ayude a mejorar la fortaleza de carácter.

Al principio, lo que comienza siendo algo instintivo, con motivación y perseverancia se llega a dominar y se convierte en una "isla de competencia".

La percepción del éxito de padres e hijos está directamente relacionada con la fortaleza de carácter. Para que el éxito origine una isla de competencia, se requiere algo más que una única experiencia de éxito. Cuando somos capaces de comprender nuestras percepciones y las de nuestros hijos, estamos en una mejor posición para apoyar sus islas de competencia.

Este tipo de experiencias generan una sensación general de orgullo y va llenando en el niño un “depósito de perseverancia”, del que el niño puede hacer uso a medida que se vaya enfrentando a nuevos desafíos. De esta forma, se va generando un círculo benéfico, cada nueva realización con éxito refuerza la autoestima y alimenta su fortaleza de carácter.

No obstante, el conseguir éxito en la realización de una tarea, por sí solo, no constituye este patrón, ni es aplicable a todos los niños.

Todo lo que les rodea constituirán variables que afectarán de uno u otro modo a que esto se facilite o no, y aportarán el significado personal a las realizaciones del niño.

A continuación, recogemos las aportaciones de R. Brooks y S. Goldstein en lo que respecta tanto a los obstáculos con los que se encuentran algunos niños para poder desarrollar sus islas de competencia, como a proporcionar algunos principios a considerar para poder ayudarles a experimentar la aceptación y el éxito.

En cuanto a los obstáculos que se encuentran, estos han podido verse originados en cierta medida por distintos factores, entre ellos, los que más destacan pueden ser los que enumeramos a continuación:

·         Incapacidad de sentir la alegría por el éxito obtenido
·         Tener una baja autoestima
·         Atribuir el éxito de forma equivocada
·         Poner muy alto el listón
·         Contar con unos padres cuya concepción del éxito no coincide con sus fortalezas.

La experiencia del éxito no solamente ayuda a forjar la fortaleza de carácter en el niño, sino que también les ayuda a superar situaciones de estrés y los retos diarios a los que se enfrentan, además de aumentar su tolerancia a frustración.

Sin embargo, incluso alcanzando el éxito, hay niños que no consideran sus resultados positivos como éxitos propios al no identificar que lo han conseguido gracias a sus propios recursos, sino más bien en causas externas a ellos.

En este sentido, es importante identificar cuántos de estos obstáculos tienen relación con nuestros hijos y cuántos también lo tienen con nosotros mismos, nuestras creencias, expectativas y limitaciones. Si somos capaces de comprenderlos estaremos allanando y despejando el camino que puede llevar a nuestros hijos a que puedan conseguir y sobre todo disfrutar y celebrar sus propios éxitos.

Unas veces tendremos que aceptar y comprender el temperamento y la experiencia vital de nuestros hijos, otras tendremos que hacer una autoevaluación de nuestras opiniones y prejuicios respecto a lo que define el éxito de nuestros hijos, y en otras ocasiones deberemos lidiar con empatía y buscar las razones por las que algunos niños recurren al éxito "hueco", es decir, actividades que no son socialmente aceptables o que están al límite de la ley,  en las que son pseudo competentes, como portarse mal en la escuela, incorporarse a pandillas delincuentes, etc.

Una vez identificados, examinados y aceptados los obstáculos, el siguiente paso a dar sería comprender la teoría de la atribución con el fin de saber cómo nuestros hijos realizan sus atribuciones en ciertas situaciones.

Esta teoría se centra en los factores a los que atribuimos nuestros éxitos y errores. Las atribuciones que hacemos respecto a nosotros mismos y a los que nos rodean están determinadas por nuestras experiencias, por los conocimientos que hemos adquirido, por la comprensión, por nuestra actitud mental e incluso por los factores físicos y ambientales del momento. Por ejemplo, la mayoría de nosotros solemos interpretar los acontecimientos de la vida diaria en forma más negativa cuando estamos más deprimidos y, por el contrario, solemos ver las cosas de manera más positiva cuando nos sentimos alegres y con confianza ante las situaciones que se nos presentan. Es la historia del vaso medio lleno o medio vacío.

Por ejemplo, imaginemos a un supervisor que considera el trabajo de un empleado “cuidadoso”, y valora el tiempo y la paciencia que pone en la realización de la tarea, mientras que otro supervisor define el mismo ritmo de trabajo como “lento” y le pide que realice la tarea con más rapidez. Si analizamos bien la situación, el empleado ha realizado el trabajo con el mismo ritmo ante los dos supervisores, pero las atribuciones que cada uno ha realizado han sido distintas. Esto influye en la forma en la que cada uno se expresa hacia el empleado y uno le felicita por su buen hacer y el otro le critica por no hacerlo correctamente. Todo esto ha dependido del carácter, experiencias, motivaciones y necesidades de cada supervisor.

Lo mismo nos suele ocurrir en cuanto a la valoración que hacemos de las cosas que hacen nuestros hijos diariamente.

Finalmente, sería interesante tener en cuenta los siguientes principios para reforzar el cambio en este sentido:

·         Disfrutar y festejar francamente los logros de nuestros hijos (sean los que sean)
·         Destacar el aporte que hacen a la creación del éxito
·         Identificar y reforzar las islas de competencias que cada uno de ellos tienen
·         Dejar tiempo para que se puedan desarrollar sus puntos fuertes
·         Aceptar los puntos fuertes y éxitos de cada niño



El desarrollo de una fortaleza de carácter viene de la mano de haber experimentado la alegría y la emoción del éxito en áreas significativas para la persona. En la medida de lo posible, es conveniente vincular éstas experiencias a los intereses del niño y que éste pueda llegar experimentar una sensación de propiedad y de responsabilidad por el éxito que ha obtenido.

Artículos relacionados:
Reforzar la autoestima de nuestros hijos I
Reforzar la autoestima de tus hijos II

Artículo preparado por Kreadis con información de:
R. Brooks y S. Goldstein - Cómo fortalecer el carácter de los niños

Cambios en primera persona para ayudar a nuestros hijos

Hay una cita que nos gusta especialmente que dice: 

“Existe al menos un rincón del universo que con toda seguridad puedes mejorar, y eres tú mismo”. Aldoux Huxley.

Cuando hay algo que no nos gusta, solemos tener cierta tendencia a querer cambiarlo. Lo curioso de este tema es que suele ocurrir cuando los cambios se refieren a temas externos, cuando hay que cambiar una situación, a una persona, una actitud de alguien, que no somos nosotros… Esto incluso queda bien patente en la semántica que utilizamos, es decir, en la forma en la nos expresamos al respecto. “no sé cómo se las apaña para fastidiarnos la cena todos los días”, “Hoy ya vengo de mal humor, no había forma de hacer que Dani se vistiese, siempre le pasa lo mismo …”, “Me pusieron una multa, no entiendo mi mala suerte”, “no consigo el ascenso en el trabajo, me tienen manía”. Aun pudiendo ser verdad todo esto, lo cierto es que, exteriorizando el problema, poco podremos hacer para que las cosas cambien.

Lo mismo suele ocurrir en lo relacionado con nuestros hijos. Una cosa es educarles para que sepan comportarse dentro de lo que conocemos como la “norma social” imperante en la sociedad en la que vivimos y otra es querer cambiar aquello que no nos gusta de ellos, porque de alguna u otra forma no nos encaja con el “modelo” de hijo que nos gustaría tener.

Una pequeña reflexión en este sentido, quizás nos ayude a preguntarnos si una determinada manera de funcionar que nos resultó útil en cierto momento, puede ser igualmente útil para ellos o en otros contextos o situaciones que, aun considerándolas similares, pueden no serlo. Además, si el modelo que estamos siendo para ellos es que no reflexionamos en primera persona, difícilmente lo aprenderán a hacer ellos.

Si nuestra intención y deseo es criar niños con fortaleza de carácter, no hay que concentrar toda nuestra energía en cambiar el mundo que nos rodea, sino más bien comenzar por cambiar lo que hacemos en el mundo y con ellos.

También conviene ser conscientes de que saber lo que se tiene que hacer no es lo mismo que saber cómo hacerlo.

Es muy habitual encontrar padres en consulta que conocen muy bien la teoría de lo que debería hacerse para educar a sus hijos de manera saludable, pero que suelen tener dificultades a la hora de ponerlo en práctica y esto les genera inquietud: "¿Cómo es posible que sabiendo lo que hay que hacer, no sepa cómo hacerlo? ¿en qué estamos fallando?"

Para conseguir una maestría en cualquier área, la práctica es la clave, las horas dedicadas irán conformando el buen hacer y esta apreciación no escapa a cambios de conductas, hábitos y aspectos que queramos modificar de cómo hacemos normalmente las cosas. También es cierto que la urgencia y necesidad de un cambio inmediato se imponen en momentos de desesperanza y se espera que los cambios ocurran de manera rápida y casi milagrosa.

La clave: ser conscientes del modelo que estamos siendo para nuestros hijos, realizar avances progresivos, paso a paso, con paciencia y perseverancia, con un enfoque a largo plazo pero sin descuidar el corto.

Quizás unas sencillas claves sobre el proceso que se suele dar en estos casos ayudarán a tomar conciencia sobre el proceso de cambio y a poderlo llevar a cabo con éxito.

1.    Identificar el aspecto que no nos gusta y queremos modificar. Por ejemplo: “Mi jefe me tiene manía”. No podemos cambiar a nuestro jefe, a menos que hagamos cambios nosotros mismos que puedan hacer que cambie nuestro entorno.

2.    Pensar las estrategias que permitan el cambio. Siguiendo con el ejemplo anterior, mejorar la relación o la comunicación que tenemos con él, dar más visibilidad a nuestro trabajo para que lo pueda apreciar, hacer algún cambio en cómo realizamos el trabajo, etc…

3.    Identificar situaciones en las que se podrían poner en práctica las estrategias que hemos pensado. Por ejemplo, tomarnos un café con él, solicitar una reunión para identificar qué aspectos considera que podríamos cambiar para que mejore su percepción, etc…

4.   Una vez ocurrida la situación, analizar en qué momento hemos sido conscientes de ello y de qué manera. Por ejemplo, si nos hemos dado cuenta de que cuando el jefe llega cada mañana a la oficina, saluda a todo el mundo y pasa de largo sin saludarme. ¿qué puede estar ocurriendo? ¿será porque le caigo mal? ¿será porque yo no saludo? ¿será que no saludo porque me pongo a trabajar activamente para demostrar lo cargado/a de trabajo que estoy? ¿Me quedo pensando buscando posibles soluciones o cambios? ¿Analizo cuál es mi lenguaje corporal para ver si estoy siendo receptiva/o a su saludo? ¿Decido saludar a ver qué pasa?

Este proceso de reflexión suele provocar decisiones de cambio y es probable que ocurra que, una vez tomada la decisión de efectuar un cambio en nuestro comportamiento o actitud, el hábito suele imponerse a la estrategia a adoptar, al menos al principio.

Vamos a ver dos ejemplos que pueden clarificar cómo suele ocurrir este proceso.

En el caso del ejemplo anterior, es posible que la estrategia que hemos decidido adoptar en relación con el jefe haya sido la de saludarle al llegar a la oficina. Puede que, aun teniendo la intención de hacerlo en el momento en el que llegue, no seamos capaces de hacerlo a la primera de cambio. De hecho, nos suele pasar que nos damos cuenta después y pensemos: “ya teníamos que haberle saludado y no ahora que ya está sentado en su despacho”.

Veamos otro ejemplo que ya vimos en un post anterior: la familia de Paco:

“La familia de Paco está sentada a la mesa cenando, después de un largo día de trabajo, colegio y actividades extraescolares. Todos están cansados y con ganas de relajarse o irse a la cama. En un descuido Paco derrama el vaso de agua por la mesa y su padre salta diciéndole: "Pero Paco, ¿es que no hay un solo día en el que podamos cenar tranquilos?, ¿qué narices te pasa? ¿es que te levantas pensando en cómo puedes fastidiar el día a tu padre? No sé qué haces para conseguir sacarme de quicio. Eres un desastre, me tienes harto. ¿cuántas veces te hemos dicho que tengas cuidado en la mesa? Cada día te pasa lo mismo, no puedo contigo y lo peor es que no aprendes, te da igual. Ya has conseguido darnos la noche a todos. ¡Vete a tu cuarto inmediatamente y a ver si de una vez eres capaz de pensar en cambiar algo y hacer las cosas bien de una vez!”

El resto de la familia se queda cenando en silencio y el padre piensa que es posible que se haya pasado con Paco. Realmente piensa que lo que le pasaba es que venía ya bastante enfadado del trabajo, con la faena que había hecho su compañero de trabajo al perder a un importante cliente con su mala gestión. Sigue pensando que quizás debería ir a ver a Paco a su habitación y pedirle disculpas por su reacción tan exagerada. Va a su habitación, le pasa la mano por la cabeza y le dice: 

"Oye Paco, creo que me he pasado, no debería haberte hablado tan duramente, no estuvo bien. Lo siento, no volverá a ocurrir, es que venía alterado de la oficina."

Puede ocurrirnos también, como en el caso del padre de Paco, que nos arrepintamos de una mala contestación a nuestros hijos en momentos de elevada tensión, y hayamos hecho propósito de enmienda para las siguientes ocasiones.

Es habitual que nos ocurra que, llegada la situación y el momento que requiere el cambio que habíamos pensado hacer, no sepamos reaccionar a tiempo y nos quedemos con la palabra en la boca, o se nos pase de largo el momento de hacerlo, que no nos demos cuenta de que es en ese momento cuando hay que hacer el cambio, o que se nos olvide por completo y nos demos cuenta después.

Lo cierto es que, a medida que vamos repitiendo y haciendo intentos, la distancia entre lo que pensamos y lo que hacemos se va acortando hasta llegar a conseguir el objetivo deseado y conseguir hacer el cambio en el momento justo. Es a partir de aquí, cuando el cambio se irá percibiendo como tal y antes o después comprobaremos como el entorno irá cambiando también.

En muchas ocasiones, el cambio de nuestro entorno suele suceder de manera consecuente y cercana al momento en el que nosotros realizamos un cambio en nuestra conducta. Si no se percibe de manera inmediata, hay que tener paciencia, pues los resultados pueden llegar cuando nuestra modificación se haya consolidado. Una sola vez no es suficiente para que el entorno perciba claramente que se trata de un cambio y no fruto de la casualidad o de un momento puntual.

Por ejemplo, en el caso del padre de Paco, éste se dio cuenta una vez hubo enviado a Paco a su habitación y pensó que se había pasado en sus comentarios. La próxima vez, quizás este momento de “darse cuenta” ocurra mientras está echándole la bronca y, la próxima, ocurra cuando esté comenzando a echársela, y la siguiente ocurra antes de echársela. De esta forma, el tiempo se va acortando y llegará el momento en el que el padre de Paco se dará cuenta de que está en modo “estresado” y es posible que su reacción ante cualquier eventualidad no deseada pueda alterarle hasta el punto de decir cosas que realmente no siente (tal y como le ocurrió el día que Paco derramó la leche). Una vez que esto ocurra con la debida anticipación el padre de Paco estará en disposición de actuar de la forma en la que se imaginó sería la adecuada y consecuente con la situación ocurrida.



Si somos capaces de realizar este proceso en primera persona, no sólo seremos mucho más sensibles a comprender el esfuerzo que un cambio conlleva sino que, además, nos abriríamos a un cambio de actitud y perspectiva que se filtra como un magnífico ejemplo de superación ante nuestros hijos. Si podemos ser autores de nuestros propios cambios, podemos asimismo acompañar a nuestros hijos desde una nueva y más reflexiva posición, en los cambios que deban ir realizando a lo largo de su crecimiento y desarrollo.

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Artículo preparado por Kreadis con información de:

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