El
pasado 23 de septiembre el diario El País publicaba un artículo titulado “Los
padres de la escuela pública piden que se eliminen los deberes”. El artículo
apuntaba que “la Confederación de Asociaciones de Padres y Madres de alumnos
(Ceapa), que representa a 12.000 asociaciones de familias de los centros
públicos, quiere que los alumnos no tengan deberes fuera de su jornada escolar.
Los padres piden un debate «profundo» sobre esta actividad y sobre el
calendario de clases de los estudiantes”… “muestran su desacuerdo a cómo la
jornada escolar se está trasladando a los domicilios”.
La reflexión en relación con la cantidad de deberes que se realizan en casa, así como con la influencia de los mismos sobre el desempeño escolar, la vida familiar y el bienestar personal de los niños, no es un debate nuevo. Aun así, resulta -como lo refleja lo reciente del artículo antes mencionado- un debate actual que parece no llegar a conclusiones firmes y que reporta muchas “opiniones grises” al respecto.
Mucho
se habla acerca de los retos que supone la educación del siglo XXI, incluyendo
propuestas inclusivas, personalizadas, creativas, integrales, más sociales y
que respeten los ritmos vertiginosos del mundo actual y el avance tecnológico.
A pesar de ello, en muchas aulas se mantienen herramientas, métodos, escalas y
criterios de evaluación que resultan obsoletos frente a estos retos. Los
deberes han pasado, en este sentido, a la lista de “métodos tradicionales” que
ahora más que nunca se ponen en cuestión.
Los
partidarios de la eliminación de los deberes, apuntan varios aspectos que respaldan
su posición. Argumentan, por ejemplo, que muchas veces los deberes pueden
provocar altos niveles de frustración y cansancio por parte de los estudiantes,
que tras una jornada de estudios, deben continuar sus tareas escolares durante varias
horas tras llegar a casa. En la mayoría de las ocasiones, el incumplir con los
deberes deriva en consecuencias directas en la nota o en la valoración que hace
el profesor de su desempeño o interés. Asimismo, la falta de tiempo, lleva a
escoger entre los deberes y otras actividades (muchas veces complementarias,
enriquecedoras y necesarias) y afecta también el tiempo familiar, lo que deriva
en una pérdida de interés por aprender.
Asimismo, se apunta que los deberes restan tiempo de estudio, que
debería ser la actividad en la que se centre el mayor monto de energía. Muchos
estudiantes se contentan con completar los deberes al llegar a casa y tras las
horas lectivas, la realización de los deberes y en muchos casos las actividades
extraescolares, la motivación y el tiempo de estudio se ven afectados.
Desde
nuestra experiencia, nos encontramos en sesiones con muchos niños y
adolescentes que se preguntan si es el rol de estudiante el rol que les define
y por el que son valorados como persona por parte de otros, en especial por
parte de sus padres o figuras de referencia. En este sentido, validamos este
cuestionamiento y nos solidarizamos con su duda. El aprendizaje no se limita a
lo curricular o escolar, la formación de la personalidad y el tránsito a la
vida adulta, sin duda ha de estar lleno de experiencias que no sólo tienen que
ver con las materias troncales. En muchas ocasiones el tiempo familiar queda
relegado a los fines de semana y las interacciones diarias padres-hijos se
supeditan a la realización de deberes o supervisión del estudio, lo que agota
la relación. Es natural que dado este caso, los padres quieran limitar al
espacio del colegio los temas académicos, ya que muchas veces terminan tan
superados por ellos como sus hijos. Un padre o madre que llega a casa tras una
larga jornada de trabajo y que se encuentra con sacar adelante a un niño que ha
salido del aula sin entender o rebasado de deberes, le es más difícil detectar
y practicar otras opciones de interacción que pueden enriquecer la relación entre
ellos.
Investigaciones que se han
llevado a cabo al respecto, apuntan que “un exceso de deberes supone una gran
frustración para el niño que quiere concluir
el trabajo asignado, viendo a la vez cómo éste le sobrepasa y el cansancio no
le permite seguir estudiando”. Es evidente asimismo cómo una carga excesiva de
deberes puede afectar no sólo a los alumnos, sino también al resto de la
familia y las dinámicas de la misma.
Para
que los deberes puedan surtir un efecto verdaderamente enriquecedor y positivo,
tanto en el desarrollo del niño como en su desempeño, es necesario que la
cantidad de trabajo no sea excesivo. Es importante enseñar a los niños y
adolescentes el valor de enfrentar los retos, buscar soluciones y completar el
trabajo y responsabilidades asignadas, pero para ello es justo que las demandas
en cuanto a esto sean realistas.
En
este sentido, se ha argumentado que los deberes castigan injustamente a
aquellos estudiantes que no tienen miembros familiares disponibles para
ayudarlos y que no tienen en cuenta las diferencias individuales, ya que los
deberes no se personalizan (son los mismos para todos los estudiantes). Muchos educadores
parten de la premisa de que los deberes y el trabajo académico debe hacerse por
parte del estudiante únicamente, “él/ella solito/a”. Este último aspecto no
toma en cuenta las diferencias entre estudiantes (quienes aprenden más o menos rápido,
métodos distintos de aprendizaje entre estudiantes, habilidades y
características de personalidad distintas, intereses distintos…), haciendo la
experiencia de aprendizaje menos personalizada e inclusiva.
Los
deberes deben ser flexibles y realistas, es la principal forma de que puedan
ser verdaderamente inclusivos y fomenten el aprendizaje, el deseo de aprender y
no afecten el desarrollo de las relaciones sociales con amigos y familia.
Asimismo, han de ser relevantes e interesantes para los niños y adolescentes,
buscando la manera en la que pueden tener relación con el mundo que les rodea. Los deberes no deben ser un fin en sí
mismo, deben perseguir un objetivo. El foco de los mismos ha de estar en el
proceso de elaboración y qué nos dicen del propio proceso de aprendizaje del
niño.
Actualmente se manejan varias alternativas a los deberes tradicionales que intentan tener en cuenta un aprendizaje inclusivo, creativo y más social. También tienen más en cuenta el factor tiempo. Muchas veces esto supone un mayor esfuerzo por parte de los educadores (a la hora de plantearse ideas alternativas o corregir lo que se pide) pero el aprendizaje se torna más personalizado y efectivo. Algunos ejemplos de esto:
-En lugar de presentar a los niños una lectura y luego una lista de
preguntas que han de responder en relación con la misma, se les puede pedir que
generen preguntas que pueden haber surgido acerca de la lectura o alguna
opinión.
-Estudiar o hacer deberes por proyectos en los que se aprenden los
conceptos de manera global. Los proyectos se usan cada vez más como herramienta
de aprendizaje.
-Otro cambio que se ha puesto en marcha, es que se ha sustituido la
clase magistral por un aprendizaje cooperativo donde los alumnos trabajan en
pequeños grupos. En el aprendizaje de conceptos, para comprobar que los estudiantes
comprenden realmente el concepto trabajado, se pueden asignar grupos en donde
cada uno genere una explicación (a través de un juego, historia, escena
teatral, dibujos…) del concepto aprendido y lo presente al resto de la clase.
De esta forma se refuerza el aprendizaje social y hay menos probabilidades de
que un niño se “quede atrás”.
Maurice Elias –para edutopia- apunta que la pregunta que debemos
hacernos, más allá de si se debe o no seguir asignando deberes, es “¿Qué es lo
que creemos que debe ocurrir tras la finalización de la jornada escolar para
ayudar a asegurar que los estudiantes comprendan y retengan lo que han
aprendido y estén preparados y motivados para aprender más?”. Los niños deben
ser animados a leer, escribir, realizar operaciones aritméticas, comprender
mejor el mundo que les rodea en términos de educación cívica, ciencia, artes y
desarrollar sus propias habilidades e inteligencia emocional. Esta motivación
debe ser parte de las interacciones familiares diarias fuera del colegio y el
colegio ha de proveer las herramientas que les correspondan y guía a los padres
para ayudarlos a conseguir esto.
Para promover igualdad e inclusión en escuelas y comunidades, debemos
pensar en cómo hacer que este tipo de experiencias estén disponibles para todos
los niños y adolescentes sin gastos desproporcionados o poco realistas para los
padres y estudiantes en términos de esfuerzo, tiempo y bienestar. Una reflexión
acerca de los deberes que se asignan, su cantidad y sobre todo, el objetivo de
la tarea, es una reflexión necesaria de cara a formar académica y
emocionalmente a los niños, fortaleciendo su motivación para aprender y sus
relaciones en los distintos sistemas a los que pertenece (escuela, familia,
amigos…).
Artículo de Kreadis
con información de: Dawn Casey-Rowe para Teachthought; Héctor Barnés en elconfidencial; Ignacio Calderón en solohijos.com y Maurice Elias para edutopia.
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