Tenemos
la tendencia a aplicar los conceptos de “bien” y “mal” a muchos aspectos de
nuestras vidas, incluyendo la manera en la que evaluamos las conductas de los
niños. Intentamos fomentar “lo positivo” y detectar “lo negativo” con el
objetivo de suprimirlo. Ambos polos suelen gestionarse por parte de los padres
mediante la dualidad castigo-refuerzo. Este último ha adquirido mayor
prominencia tras la cantidad de información que desaconseja pertinazmente el
castigo y la crítica como medidas educativas. Observamos asimismo como cada vez
está más de moda lo relacionado con la psicología positiva, el “todo está bien”,
insistir sobre centrarnos en los aspectos buenos de la persona y reforzarlos,
lo que a su vez ha ayudado a que el refuerzo y los elogios se extiendan y se
automaticen.
Estamos
viviendo un momento en el que, quizá por acortar la brecha generacional y
profundizar en el esfuerzo por entender a nuestros niños, nos movemos a
zancadas entre las diversas perspectivas que nos garantizan una crianza y
desarrollo sano de los hijos: "reforzarles, no castigarles", "centrarse
en los aspectos positivos, no en los negativos", "sacar partido de
los baches, no las quejas", “poner límites vs. dejar espacio para que
cuestionen”… un amplio abanico de propuestas que muchas veces son puestas en
práctica sin razonar o analizar el caso concreto y, en muchas ocasiones, sin un
mínimo de consistencia. Muchas propuestas educativas y de crianza tienen su
espacio de razón, sin embargo, es necesario tener en cuenta el contexto en el
que la situación ocurre, así como otros detalles que caracterizan la respuesta
de los padres, de manera que no corramos el riesgo de caer en el reduccionismo de
"café para todos".
Aunque
se ha alabado durante años los beneficios del refuerzo positivo en los niños,
la investigación actual, que se ha ocupado de conocer mejor la influencia y procesos
relacionados con el mismo, ha aportado mayor claridad al papel que juega en su conducta. “Lo has hecho muy bien” “Tu dibujo es precioso”, son
frases que pueden sonar familiares ya que muchos las hemos usado para alentar a
los niños y que aprendan sobre el valor de sí mismos. Sin embargo, aunque nuestras
intenciones son las mejores, si nos detenemos a reflexionar un poco más allá
acerca de esta tendencia, veremos que este tipo de alabanzas incluyen un juicio
de valor por parte de los padres (o por parte de la figura que las hace). No es
nuestra aprobación o evaluación lo que pretendemos que guíe el desarrollo y
conducta del niño, sino más bien que este pueda llegar a sus propias
conclusiones apoyándose en nosotros.
El
destacado investigador en el campo de las ciencias sociales Alfie Kohn, quien
ha estudiado durante años diversos aspectos acerca de la parentalidad y la
educación, nos adelantaba hace unos años (2001) su preocupación al respecto,
dado que se ha enaltecido el refuerzo hasta un punto, que se pierde de alguna
manera con ello la naturalidad del elogio y se obvian algunos aspectos menos
constructivos del mismo. El “Muy bien” que le solemos dirigir a los niños, se
ha automatizado y se dice, en muchas ocasiones, de manera indiscriminada.
Es
muy frecuente en cualquier contexto familiar, escuchar que se les dice a los
niños de manera recurrente “¡Muy bien!: Cuando se comen toda la comida, cuando
sonríen, cuando hacen algo que les
pedimos… Muchos nos reconoceremos a nosotros mismos o a otros utilizando este
tipo de frases con nuestros niños al punto de que casi se han convertido en un “tic
verbal”.
Alfie
Kohn señalaba que, aunque hay una gran variedad de textos que advierten en contra
de recurrir al castigo, es muy difícil encontrar opiniones profesionales que
desalienten el uso del refuerzo positivo en la educación de los niños. El punto
aquí no es cuestionar la importancia de apoyar e incentivar a los niños, la
necesidad de amarlos y abrazarlos, de ayudarlos a sentirse bien con ellos mismos.
Lo relevante de este punto de vista es poder mostrar cómo ciertos elogios de
carácter evaluativo desnaturalizan algunas conductas del niño que son parte de
su proceso de crecimiento, y le dificultan acceder a la comprensión y
autenticidad que intentamos fomentar.
Apuntamos
aquí las razones que apoya la investigación, por las que se desaconseja echar
mano constantemente del “Muy bien” y de los elogios evaluativos:
1.
El elogio evaluativo encierra en sí una forma de “manipulación”. Cuando le decimos al
niño “¡Muy bien!” una vez que ha limpiado y guardado sus materiales de pintura,
le decimos a su vez que esa es la conducta que queremos ver en él. Aunque
deseamos que aprenda y siga normas y reglas, el mensaje no deja espacio para la
reflexión del niño ni añade información descriptiva que pueda serle de valor.
En la mayoría de los casos, este tipo de mensajes tienen menos que ver con sus
necesidades emocionales que con nuestra propia conveniencia o deseo. El “Muy
bien” se traduce en un símil verbal de una recompensa tangible y bien sabemos
que la motivación y el deseo son mucho más potentes que las recompensas
externas y que, además, estas no siempre sobrevendrán a nuestras acciones en la
vida adulta.
La razón por la cual los elogios pueden funcionar a corto plazo es
que los niños pequeños están hambrientos de aprobación. Pero nosotros tenemos
la responsabilidad de no aprovecharnos de esta dependencia para nuestra propia
conveniencia. Los niños también pueden empezar a sentirse manipulados por esto,
incluso si ellos no pueden explicar a ciencia cierta por qué.
2.
Inducimos a los niños a estar en constante búsqueda de aprobación. Algunas veces
felicitamos a los niños solamente porque estamos genuinamente complacidos por
lo que han hecho. Sin embargo, incluso en dichas situaciones, vale la pena
poner más atención. En algunos casos, en vez de aumentar la autoestima de un
niño, podemos estar incrementando su dependencia hacia nosotros. Las
investigaciones han comprobado cómo este tipo de situaciones fomentan la
aspiración del niño por satisfacer el deseo que transmite el interlocutor a
través de su elogio, por tanto se incrementa asimismo la dependencia de este hacia
nuestras evaluaciones, nuestras decisiones acerca de lo que está
bien y mal, en lugar de aprender de sus propios juicios. Esto los lleva a medir
su valor en términos de lo que a nosotros nos hará “felices” o les procurará un
poco más de aprobación.
Mary
Budd Rowe, investigadora de la Universidad de Florida, descubrió que los estudiantes
que eran elogiados excesivamente por sus profesores eran más indecisos en sus respuestas
y más proclives a responder con un tono de voz de pregunta, buscando la
aprobación previa de su interlocutor en lugar de sumergirse en su propia
reflexión. Asimismo, tendían a retractarse de una idea propuesta por ellos tan
pronto como un adulto mostraba su desacuerdo y tenían menos tendencia a
perseverar en tareas difíciles o compartir sus ideas con otros estudiantes.
Cuando
acostumbramos al niño a felicitarle por todo aquello que realiza, ¿Qué hará
cuando no estemos allí para dar nuestra aprobación a su trabajo? Algunos niños
se preocupan o se cuestionan a sí mismos cuando no reciben el elogio tras su acción
-aun cuando esta sea acorde y correcta- por el simple hecho de estar
acostumbrados a recibirlo como forma de refuerzo de su identidad. La identidad
del niño y su autoestima han de estar potenciadas por factores más complejos.
Los niños necesitan saborear el éxito de llegar a sus propias conclusiones y
nuestros elogios y observaciones simplemente deberían ayudarles a que puedan
realizar esa autoevaluación de manera sana.
3.
Le decimos al niño cómo ha de sentirse. Aparte del problema de dependencia, un niño
merece disfrutar de sus logros y sentirse orgulloso de lo que ha aprendido a
hacer. También merece decidir cuándo sentirse de tal o cual forma. Cada vez que
decimos, “¡Muy bien!”, le estamos diciendo al niño cómo sentirse.
Con
total seguridad, hay momentos en los que nuestras evaluaciones son apropiadas y
nuestra guía es necesaria –especialmente con niños que ya caminan o que están
en edad pre-escolar. Pero una corriente constante de juicios de valor no es ni
necesaria ni útil para su desarrollo.
Es
probable que, lamentablemente, no nos hayamos dado cuenta de que “¡Muy bien!”
es una evaluación tanto como lo es “¡Mal hecho!” La característica más notable
de un juicio positivo no es que este sea positivo, si no que es un juicio. Y a
la gente, incluyendo a los niños, no les gusta ser juzgados.
Cuando
un niño logra hacer algo por primera vez, o hace algo mejor de lo que lo había
hecho hasta ahora, es conveniente tratar de resistirse al reflejo de decir
“¡Muy bien!” y con ello no diluir su alegría. Es preferible que el niño
comparta su placer con nosotros, no que nos mire buscando “un veredicto”. Sería
deseable que el niño exclame, “¡Lo hice!” en lugar de preguntarnos con
incertidumbre, “¿Lo hice bien?”.
4.
Minamos la oportunidad de que descubra sus propios intereses. "¡Muy bonita
pintura!” puede hacer que los niños sigan pintando por el tiempo que nos
mantengamos mirando y elogiándolos. Pero, Lilian Katz, una de las principales
autoridades nacionales de educación en la temprana infancia, advierte “una vez
que se retira la atención, muchos niños no volverán a esa actividad.”
Efectivamente, una cantidad impresionante de investigaciones científicas han
mostrado que mientras más recompensamos a la gente por hacer algo, más se tiende
a perder el interés por aquello que se hace para obtener la recompensa.
En
un estudio de problemas llevado a cabo por Joan Grusec de la Universidad de
Toronto, los niños pequeños que fueron elogiados frecuentemente por sus muestras
de generosidad, tendían a ser menos generosos en el día a día, de lo
que eran los otros niños. Cada vez que ellos han oído “¡Muy bien por
compartir!” o “Estoy muy orgulloso de ti por ayudar”, perdían el interés intrínseco
por compartir o ayudar. Estas acciones vinieron a verse no como algo valioso en
su propio sentido de lo justo, sino como algo que deben hacer para obtener
nuevamente esa reacción del adulto. La generosidad se convierte así en el medio
para un fin.
En
este sentido, varias investigaciones han mostrado cómo el interés de los niños
se orienta a complacer el mensaje oculto tras el elogio, más que a la tarea que
están realizando. Por ejemplo, en un grupo en el que se transmitían
constantemente mensajes acerca de la inteligencia de los niños “Muy bien, qué
listos sois”, estos evitaban las pruebas difíciles y rehuían del error,
interesándose solo por aquellas actividades que garantizaran la recompensa
verbal.
Entonces
la pregunta: ¿motivan los elogios a los niños? Por supuesto. Los motivan
principalmente a obtener elogios. Desgraciadamente, esto sucede frecuentemente
a expensas del compromiso, motivación o interés hacia aquello que estaban
haciendo y que provocó el elogio.
5.
Desnaturalizamos la conducta del niño e influimos sobre su desempeño. Varias investigaciones
han encontrado que los niños que de forma constante reciben elogios evaluativos
por hacer bien un trabajo creativo, tienden a tropezar en la siguiente tarea, y
no les va tan bien como a los niños que no fueron elogiados desde el principio.
¿Por qué sucede esto? En parte porque los elogios crean una
presión de “continuar el buen trabajo”, llegando a interponerse en el camino de
lograrlo. En parte porque su interés en lo que hacen puede disminuir. En parte
porque ellos se vuelven menos propensos a tomar riesgos –un prerrequisito para
la creatividad- una vez que comienzan a pensar sobre cómo hacer que esos
comentarios positivos continúen ocurriendo.
En
forma general, “¡Muy bien!” es un vestigio de un enfoque que reduce toda la
vida humana a comportamientos que pueden ser vistos y medidos.
Desafortunadamente, esta ignora los pensamientos, sentimientos y valores que
yacen detrás de los comportamientos. Por ejemplo, un niño puede compartir su
bocadillo con un amigo, bien como una forma de atraer un elogio, o como una
forma de mostrar genuinamente su deseo de vinculación y generosidad y asegurarse
de que el otro niño tenga suficiente para comer. Los elogios evaluativos del
tipo “Excelente, has compartido con tu amigo” ignoran estos diferentes motivos.
Estos, de hecho, promueven el motivo menos deseable, haciendo a los niños más
proclives a tratar de obtener elogios en el futuro, tendencia que se extiende
en su vida adulta.
Sin
embargo, no es un hábito fácil de romper. Dejar de hacer elogios evaluativos
(los más frecuentes en todo tipo de contexto), al menos al principio, puede parecer
extraño. Se puede sentir como si se estuviese siendo frío o guardándose algo.
Pero eso, (y pronto se vuelve evidente) sugiere que nosotros elogiamos más
porque necesitamos decirlo, que porque nuestros niños necesitan oírlo.
Siendo esto así, es tiempo de reconsiderar lo que estamos haciendo.
Lo
que los niños necesitan es apoyo incondicional, amor sin compromisos. “¡Muy
bien!” es condicional. Significa que estamos ofreciendo atención,
reconocimiento y aprobación por saltar a través de nuestro aro, es decir, por
hacer algo que nos complace a nosotros.
El
problema real no es que los niños de esta época esperen ser elogiados por todo
lo que hacen. Lo que sucede es que nosotros estamos tentados a tomar atajos, a
manipular a los niños con recompensas, en lugar de explicar y ayudarlos a
desarrollar las habilidades necesarias y los buenos valores.
Entonces,
¿cuál es la alternativa? Lo más importante es que cualquier cosa que decidamos
decir tiene que ser en el contexto del afecto genuino y amor por lo que los
niños son, en vez de por lo que han hecho. Una excelente alternativa es
sustituir los elogios evaluativos (que encierran juicios), por elogios
descriptivos (que fomentan la individualidad y reflexión del niño). En lugar de
juzgar lo que vemos, podemos simplemente describir lo que vemos que el niño ha
hecho, por ejemplo: En lugar de “Muy bien, qué bonita historia”, podemos decir
“Lo has contado de manera que quien la lee y escucha, puede saber exactamente
qué siente el personaje”. El elogio descriptivo es específico y genuino, y
permite que el niño evalúe sus propias acciones, en lugar de imprimirle
automáticamente el juicio que nosotros le ofrecemos. En lugar de describir la
acción específicamente, podemos describir lo que pensamos que el niño está
sintiendo o sus avances: “Has hecho todos los ejercicios de matemáticas en
menos tiempo que hace un mes, ¡parece que eso te complace y alegra mucho!”. Los
elogios descriptivos ponen mayor énfasis en el esfuerzo que en la recompensa,
enseñamos a los niños a ver las grandezas de sus logros y los puntos “menos
positivos” en los que podrían trabajar.
Sin
embargo, para poder hacer el cambio en nuestra forma de elogiar a los niños,
hemos de reconsiderar nuestros propios requerimientos en vez de simplemente
buscar una forma de que los niños obedezcan. Por ejemplo, en lugar de usar
“¡Muy bien!” para hacer que un niño de cuatro años se siente callado durante
una larga clase o cena familiar, tal vez deberíamos preguntarnos si es razonable
esperar que un niño haga esto.
Debemos
encaminar a los niños hacia el proceso de tomar sus propias decisiones. Si un
niño está haciendo algo que molesta a otros, entonces sentarse posteriormente
con él y preguntarle, “¿Qué piensas que podemos hacer para solucionar esto?” Podría
ser más efectivo que chantajes o amenazas. Esto también ayuda al niño a
aprender cómo resolver problemas y le enseña que sus ideas y sentimientos son
importantes. Por supuesto, este proceso toma tiempo, cuidado y coraje. Lanzar
un “¡Muy bien!” cuando el niño actúa en una forma que nosotros estimamos
apropiada, no considera ninguna de estas cosas, lo que también explica por qué
resulta mucho más sencillo de expresar y automático.
Entonces,
¿Qué podemos decir cuando los niños hacen algo impresionante? Como comentamos
anteriormente, podemos basarnos en los elogios descriptivos. Para ello podemos:
Decir
o describir lo que vimos. Un enunciado simple, sin evaluación (“Te pusiste los
zapatos por ti mismo” o incluso solamente “Lo hiciste”) le dice al niño que te
has dado cuenta del cambio o acción. También le permite sentirse orgulloso de
lo que hizo. En otros casos, puede tener sentido hacer una descripción más
elaborada. Si hace un dibujo, podríamos ofrecer unas observaciones –no un juicio-
sobre lo que vemos: “¡La montaña es inmensa!” “¡Utilizaste muchos colores!”
Si
un niño hace algo cariñoso o generoso, se podría atraer su atención sutilmente
hacia el efecto de esta acción en la otra persona: “¡Mira la cara de Gloria!
Parece que le ha gustado que compartas las patatas con ella”. Esto es
completamente diferente a un elogio, en el que el énfasis está en cómo se
siente el adulto acerca de
la acción hecha por el niño.
Hablar
menos, preguntar más. Incluso mejores que las descripciones son las preguntas. ¿Por
qué decirle al niño qué parte de su dibujo le impresionó al padre cuando se le puede
preguntar qué es lo que a él le gusta más de su dibujo? El preguntar “¿Cuál
fue la parte más difícil de dibujar?” o “¿Cómo hiciste para hacer el pie del
tamaño correcto?” es probable que alimente su interés por el dibujo. Decir
“¡Muy bien!”, como lo hemos visto, puede tener exactamente el efecto contrario
y no le invita a reflexión alguna.
Mostrar
aprecio o agradecimiento. Menciona aquello que el niño ha hecho y para qué ha
podido servir, por ejemplo “Gracias por recoger la mesa después de cenar.
Cuando toda la familia colabora podemos disfrutar más tiempo juntos”.
Centrarnos
en la acción, no en la persona. En lugar de juzgar al niño, hemos de intentar
centrarnos en la acción. En lugar de “Eres un desordenado, tienes los juguetes
por toda la casa”, o “Qué bien que recogiste tus juguetes” podemos decir “Los
juguetes están (o no) en su lugar, cuando están ordenados en la habitación son
más fáciles de encontrar”.
En
resumen, esto no significa que todos los cumplidos o todas las expresiones de gusto
sean dañinas. Debemos considerar los motivos por los que los decimos y
reflexionar sobre los mensajes ocultos que podemos estar transmitiendo en ellos
así como los efectos verdaderos de decirlos. Una expresión genuina de
entusiasmo tiene un mayor efecto positivo que el simple deseo de
manipular el futuro comportamiento del niño.
¿Están
nuestras reacciones ayudando al niño a percibir un sentido de control sobre su
vida o fomentando el deseo de buscar constantemente nuestra aprobación?
¿Están
estas expresiones ayudándolo a volverse más entusiasta con lo que está haciendo
por derecho propio, o convirtiendo la acción en algo que él quiere hacer únicamente
para recibir una palmada en la espalda?
No
es cuestión de memorizar un nuevo guión, sino de tener presentes nuestros
objetivos a largo plazo para nuestros hijos y ser sensibles ante los efectos de
lo que decimos.
Artículos relacionados:
Artículo de Kreadis con información de:
-Cinco razones para dejar de decir “¡Muy
Bien!” por Alfie Kohn * YOUNG CHILDREN – Septiembre 2001 (Parents, mayo de
2000, Alfie Kohn).
-Praising Children: Evaluative vs Descriptive en Playful Learning.
-Por qué dejar de decir ¡Muy bien! en “El
método Montessori”
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