Transcurrido el año escolar,
llegan por fin las vacaciones. Padres e hijos se preparan para ellas y las
esperan con entusiasmo, hasta que el boletín de notas pone freno a la celebración
cuando trae consigo uno o varios suspensos.
Son muchos los disgustos y la
sensación de decepción que experimentan padres y madres porque sus hijos han
suspendido. Surgen preguntas, pedir y rendir “cuentas”, sensaciones variopintas
y, en muchos casos, conflictos en el contexto familiar.
Una calificación deficiente no
suele ser fácil de aceptar y muchos padres la interpretan como una especie de
fracaso personal o, incluso, como un precedente desalentador de cara al futuro
de sus hijos. Las sensaciones que suelen aflorar con mayor rapidez son el
desánimo, el enfado y la frustración, así como una serie de cuestionamientos
hacia el hijo y hacia sí mismos.
Son muchas las razones que
alimentan las sensaciones de los padres de cara a los suspensos. Una de ellas
responde a la creencia de que las notas son un reflejo del rumbo que toman sus
hijos, así como su perspectiva de futuro. En otros casos, las notas aportan
valor -de manera más o menos consciente- a la imagen que los padres tienen del
niño. Por otro lado, muchos padres son sensibles ante el hecho de que el
fracaso escolar habla -con mucha frecuencia- de procesos, cambios, inhibiciones
o conflictos por los que está atravesando el niño y que no se manifiestan
explícita o claramente sino a través de sus resultados académicos.
Las sensaciones de frustración
suelen incrementarse en los casos de familias en donde el año escolar ha
transcurrido como un campo de batalla, o un escenario de grandes esfuerzos en
cuanto a tiempo, dedicación y recursos. Los suspensos generan gran impacto y
rabia cuando se valoran dichos esfuerzos (tiempo dedicado a estudiar con el
hijo, discusiones familiares por los resultados parciales, dinero invertido en
academias y profesores particulares…) en relación con el resultado obtenido, despertando
mayor incomprensión por parte de los padres.
En cualquier caso, los suspensos
ponen a los padres en una posición de impotencia y temor, que se manifiesta de
diversas formas y, como es lógico, afectan las dinámicas de cara a las
vacaciones. Son comunes las frases como “Nos has fastidiado el verano a todos”,
“Olvídate de salir a jugar o estar con tus amigos, vas a hincar los codos todo
el verano”, “No sé qué piensas hacer, pero no nos vas a arruinar el verano a
nosotros”.
Muchos padres desde su sincera
preocupación hacia el hijo o desde sus propias emociones y fantasías -algunas
más fáciles de detectar que otras- se preguntan con frecuencia qué hacer frente
a estas situaciones. Es por ello que resumimos algunas claves que esperamos sean de ayuda, para manejar la
situación que deriva de los suspensos al finalizar el curso.
1. Mantener la calma
Antes de reíros o sentir
desesperanza (y dejar de leer), tened en cuenta que os comprendemos y sabemos
que las sensaciones que podéis sentir como padres en estas situaciones, son
muchas y muy potentes. Así que permitid que os comentemos por qué apuntamos esto
como primera clave:
En primer lugar, y sin intención de quitarle peso al tema, son
pocos los que pueden decir que nunca han suspendido o fallado alguna prueba -de
la índole que sea- a lo largo de su vida. Los suspensos y los fallos son parte
del aprendizaje, lo cual no quiere decir que sea algo grave. Lo que sí puede agravar la situación es cuando estos se
manejan de manera incorrecta o se ignoran las claves que apuntan a que es
necesario atender a algo más o hacer un cambio.
Segundo, esos primeros momentos tras conocer las notas, suelen
estar muy cargados emocionalmente. Bajo tales emociones, no es difícil que
expresemos opiniones “sin filtro” que pueden llegar a agravar la situación que
subyace al suspenso.
No se trata de que os reservéis
vuestras opiniones. Intentad, sin embargo, esperar que pase el “pico emocional”
antes de hablar con vuestro hijo. Todo aquello que le preguntamos al niño
espera una respuesta sincera o “esclarecedora” de su parte. Generalmente, desde
el enfado de los padres, los hijos suelen dar dos tipos de respuesta: o bien
defensiva (“no sé el por qué, pensé que iba bien”, “el profesor me tiene manía”,
“a Rafa sí lo aprobaron con 4,8”, “tú no me entiendes”, “déjame en paz”) o a
través del bloqueo, la inhibición o la huida (llantos, silencios, irse a su
habitación).
En “momentos emocionales pico”
hay gran facilidad para expresar frases que asimilen el suspenso o “fracaso” a
lo que el niño es, tales como “esto
ha pasado porque eres un vago”, “nunca escuchas”, “sólo piensas en ti y no en
cómo nos afectaría”. Sin embargo, suele haber menos apertura a reflexionar
comprehensivamente en qué puede estar afectando la nota o resultados obtenidos.
Es necesario que tengamos claro
lo que sentimos antes de expresarlo. En general, los niños responden bien ante
nuestro esfuerzo por comprenderles, porque los embarca asimismo en su propio
camino de auto-comprensión. Con esto no decimos que haya que quitarle
importancia a la situación, sino que una actitud comprensiva, estimulante y
asertiva es una clave. Expresar el enfado de manera constructiva y coherente
puede hacer del suspenso una verdadera vía de aprendizaje. Hemos de ser
sinceros teniendo en cuenta que no hay nada más importante que la autoestima
del niño o nuestra relación con él o ella.
2. Analizar los motivos del suspenso
Es importante explorar la opinión
del niño en cuanto a qué ha motivado el suspenso. Cada razonamiento al respecto
lleva consigo distintos tipos de afrontamiento. En muchas ocasiones los
suspensos se atribuyen a falta de “dedicación”, concentración o planificación.
Es de vital importancia que no se ignoren las circunstancias generales del niño
(a nivel emocional, del ciclo vital, familiar, social…), para determinar con
mayor exactitud qué factores pueden estar influyendo en su desempeño académico.
Hay un factor “técnico” en el contexto educativo actual, que no deja de afectar los resultados en el paso de un curso a otro. Las exigencias y capacidades que son necesarias en etapas sucesivas no siempre son alimentadas o atendidas en etapas previas. Existe un vacío entre lo que “los padres piensan que el colegio debe estar enseñando” y lo que “el colegio piensa que los padres deben estar atendiendo” durante el proceso formativo y educativo. En estos casos, es necesario cubrir ese “vacío” con alternativas que puedan proveer al niño de recursos para la planificación, organización y manipulación (técnica y comprensiva) del material impartido en el curso.
Hay un factor “técnico” en el contexto educativo actual, que no deja de afectar los resultados en el paso de un curso a otro. Las exigencias y capacidades que son necesarias en etapas sucesivas no siempre son alimentadas o atendidas en etapas previas. Existe un vacío entre lo que “los padres piensan que el colegio debe estar enseñando” y lo que “el colegio piensa que los padres deben estar atendiendo” durante el proceso formativo y educativo. En estos casos, es necesario cubrir ese “vacío” con alternativas que puedan proveer al niño de recursos para la planificación, organización y manipulación (técnica y comprensiva) del material impartido en el curso.
Como comentamos al principio, la
experiencia nos muestra que los resultados deficientes o incluso preocupantes a
nivel académico, suelen ser reflejo de otros procesos que atraviesa el niño que
requieren atención. En la mayoría de los casos la responsabilidad de los
suspensos se atribuye exclusivamente al niño (a sus aptitudes y actitudes),
dejando de lado otros elementos que juegan un papel de importancia, tales como:
los recursos del centro, las herramientas que se proveen para hacer frente a
nuevos retos académicos y de contenidos; circunstancias particulares cognitivas,
emocionales, sociales o de adaptación; o, dinámicas familiares o contextuales
(límites, expectativas, exigencia, conflictos en el seno familiar…).
En este sentido, además del
análisis que se hace desde el equipo parental y con el niño, puede ser de gran ayuda
solicitar tutoría con el maestro, orientador o tutor para esclarecer los
factores que pueden estar influyendo en los resultados académicos. Cada niño es
distinto, pertenece a una familia diferente, procesa las emociones y
situaciones de forma única… y por ello los suspensos no responden siempre a las
mismas causas ni se pueden seguir las mismas directrices para todos los casos de
forma unívoca.
3. Y ¿Qué pasa con el castigo?
Muchos padres usan el castigo
como un “motivador”, es decir “va a estudiar para que le devuelva el móvil”,
“hará las fichas de mates para ganarse el tiempo en la pisci” … Sin embargo, en
estos casos está comprobado que el castigo no influye de manera real en la motivación o decisión del
niño frente a la intención de estudio. Aún más, cuando se trata de un
adolescente, la apatía que puede mostrar ante el castigo es incluso más
desesperante o frustrante para los padres y, como imaginaréis, igual de
improductiva.
El estudiar o no, no debería
representar un elemento asociado al premio o al castigo. El proceso de
aprendizaje no debería traducirse para el niño en un “proceso mercantil”. De
ahí a que la clave #2 sea tan importante: Una vez conocidos o esbozados los
factores que pueden estar influyendo en el suspenso, es necesario actuar sobre
ellos y crear paralelamente un sentido de compromiso, es decir, de
responsabilidad.
Si estudiar es una
responsabilidad, faltar a dicha responsabilidad ha de acarrear ciertas consecuencias.
Consecuencias, que no quiere decir “castigo”. ¿Cuál es la diferencia? El
castigo implica una acción que acarrea otra acción punitiva, algo que sentencia
que lo que se ha hecho está mal y no ha de ocurrir. Admite poco espacio para la
reflexión: “si no haces esto, te quito esto”. Sin embargo, la responsabilidad
guarda en sí un elemento socializador: “todo lo que hago tiene consecuencias
sobre mí, sobre otros y sobre mi contexto”. Desde la intención de formar
individuos sanos y coherentes que serán parte de la sociedad futura, es una
tarea imprescindible educar en responsabilidad, más que en error-castigo.
El castigo suele generar un
contexto emocional “negativo” y uno de nuestros objetivos para transformar el
suspenso en un aprendizaje, es que este se enmarque dentro de un contexto más
motivador. Un castigo significaría “no
dejarle bajar al parque durante el verano para jugar con los vecinos”, o “quitarle
el móvil durante todas las vacaciones” … Sin embargo, una consecuencia asociada
a la responsabilidad significaría
establecer horarios de estudio y marcar rutinas diarias que permitan hacerse
cargo de los resultados académicos y trabajar para dar respuesta a la situación.
En contextos emocionales agitados
(y de ahí nuestra clave #1) se suelen imponer castigos desproporcionados que no
generan un cambio real en la situación (en algunos casos producen cambios “de
forma, pero no de fondo”), por lo que puede ser muy útil que los padres se den
un espacio para determinar cómo el niño -y bajo qué límites y acuerdos- ha de
responder ante el suspenso.
4. Hacer un plan, sin sacrificar el verano
Como es lógico, tiene que haber
un periodo de trabajo y también de descanso. Esto se aplica tanto a padres como
a hijos. No es aconsejable que los niños empiecen a estudiar apenas terminan el
curso escolar. Suele ser más productivo que haya un espacio de descanso y ocio;
y se puede usar este tiempo además para hacer una planificación ajustada a la
edad del niño, las asignaturas suspensas y las medidas que se consideran
necesarias para atajar el problema que ha suscitado las notas. El tema es poder
encontrar un equilibrio entre ambas cosas; no se trata de que el niño abandone
por completo la rutina y deje las asignaturas pendientes para última hora, ni
tampoco que pase todo el verano estudiando sin salir de casa. Los niños deben
tener siempre su tiempo para jugar y compartir con amigos.
Con mucha frecuencia, las
familias responden ante el suspenso de alguno de los hijos volcándose en él o
ella, o renunciando a las vacaciones familiares. Esto es un error por varios
motivos: El suspenso o resultado académico del niño representa sólo un elemento
del panorama familiar. No hay razones para convertirlo en algo que impregne
toda la dinámica y actividades familiares. En su lugar, se trata de una
situación que, si bien puede introducir cambios, es necesario manejar en
contexto y de acuerdo a las circunstancias familiares.
Por otro lado, la carga negativa
sobre los estudios se incrementa cuando la familia se ofrece como “mártir” al
suspenso y se limita el ocio de otros miembros de la familia. Estaríamos, en
este caso, penalizando toda la dinámica de la familia, teniendo en cuenta que
tras el año escolar tanto padres como hijos necesitan y merecen el tiempo de
descanso que ofrece las vacaciones.
Aunado a lo anterior, “suspender
las vacaciones” se interpreta como un castigo y, como mencionamos antes, lo más
importante es identificar el motivo que subyace a los suspensos y buscar
soluciones para el buen desempeño y desarrollo de los hijos. En este sentido
hemos de tener en cuenta, que aun cuando los suspensos dan señal de que es
necesario cambiar, trabajar o mejorar sobre un tema que está siendo
conflictivo, no todo lo que el niño ha hecho durante el año se resume en el
“fracaso del suspenso”. Reconocer los esfuerzos y logros más allá de los
resultados es sano y asimismo necesario.
Por último, está comprobado el
efecto positivo que tienen los descansos en la educación. Aunque muchos padres
suelen asociar correlativamente el tiempo de estudio en relación con los
resultados, esta relación no es directa. No necesariamente mientras más tiempo
se dedique a estudiar, mejor será el resultado obtenido. Los beneficios de los
descansos han sido ampliamente estudiados y por ello han de tenerse en cuenta
de cara al verano.
5. Ayudarlos a sacar lo mejor de sí mismos
Contrario a lo que desearíamos,
la motivación de nuestros hijos no depende de nosotros. Se habla desde hace
años en líneas generales, de dos tipos de motivación: la intrínseca (la que
emana de la propia persona, desde sus propios deseos y objetivos) y la extrínseca
(aquella que se estimula a través de recompensas externas). La mayoría de los
padres frente a la frustración del suspenso, se enfocan en trabajar la segunda
de ellas, ofreciendo recompensas, quitando privilegios o estableciendo acuerdos
de qué se gana o qué se pierde dependiendo el desempeño del niño. Sin embargo,
está comprobado que lo que nos impulsa a la mejora es la motivación intrínseca,
la satisfacción de hacer las cosas más allá de la recompensa externa que
acarrea realizarlas. A pesar de su importancia, es este tipo de motivación el
que más pasa desapercibida.
La actitud de los padres es
fundamental para alimentar la motivación real
del niño. Pensando en ello, así como en la estabilidad de la autoestima e
identidad del hijo, es crucial poder transmitir mensajes positivos que fomenten
la sensación de capacidad y superación. Asimismo, comentarios del tipo:
“Apruebes o no, ya el verano se ha fastidiado”, “Esto ha ocurrido porque no
trabajas porque no quieres”, calan en los niños y suelen generar un contexto
emocional desalentador. Se puede caer con ello en la “profecía autocumplida”
(la persona cree que haga lo que haga va a suspender, al final no se implica de
manera sincera y lo previsto se cumple) o en un estado de indefensión o
desesperanza “haga lo que haga, no voy a poder aprobar”, o “qué más da que
apruebe, si el año que viene será igual o peor”.
Es importante apoyar al niño, escucharlo,
dejar que se exprese, darle seguridad y estimularlo reforzando la idea de que
logrará alcanzar el objetivo que se plantee, siguiendo un plan de acción y en
coordinación con el centro educativo, profesores y tutores que proveen de un
enfoque e información valiosa para encaminar el trabajo a realizar.
Las vacaciones, con suspensos o
sin ellos, no es un espacio “aislado en el tiempo” y ha de integrarse en éste
experiencias positivas de aprendizaje. Puede que las claves propuestas se
perciban como insuficientes dadas las emociones, sensaciones y consecuencias que
se despliegan en el contexto familiar, sin embargo, lo más importante es poder
resaltar cómo las respuestas impulsivas, trágicas o rígidas por parte de los
padres, no suelen ser eficientes al atajar el problema. Por su parte, poder
ensayar y reflexionar sobre estas claves sí suele serlo, siempre teniendo en
cuenta que hemos y podemos buscar ayuda profesional cuando sentimos que se
trata de una situación desbordante o que habla de otras problemáticas emocionales
del niño.
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