El tema de la igualdad –en toda
su amplitud y escenarios- gana cada vez más voces y espacios de reflexión. En
la actualidad se señala a menudo cómo, paradójicamente, la discusión viene
generando en entornos políticos, legales y sociales acciones que rozan la
discriminación positiva. Si pensamos sobre ello, es posible darse cuenta que
esto se debe a que, aunque se tomen cada vez más medidas para crear espacios de
igualdad a nivel político y social, el calado en el imaginario cultural no
llega a ser tan reflexivo e integrador como la cuestión demanda.
El contexto cultural ha sustentado
históricamente estereotipos e imágenes que alimentan la desigualdad, incluso sin
que estos sean actitudes o acciones directamente discriminatorias, lo que los
hace por ello más difíciles de detectar y cambiar. La educación en la primera
infancia se traduce en una herramienta fundamental para propiciar reflexiones
integradoras y un cambio de perspectiva. La familia como cuna de mitos,
realidades y miradas se convierte en un instrumento y vía vital para fomentar
la igualdad como principio relacional. La igualdad se enseña y la igualdad se
aprende. El camino para aprehenderla e integrarla no empieza por la mera
oposición a los estereotipos heredados, o por el estricto respeto a las medidas
y políticas anti-discriminatorias, sino por la forma en la que educamos desde
la infancia, así como las imágenes, vínculos y roles que integran dicha
educación.
En esta línea, nos animamos a
reflexionar sobre algunas formas en las que podemos empezar a educar en
igualdad en la infancia, para que gradualmente las actitudes, formas de
relación y perspectivas personales trasciendan el entorno políticamente
correcto de acción y reflexión, y fomentemos modos más genuinos de defensa y
ejemplo de dicha igualdad.
Algunas ideas:
1. Compartir las responsabilidades laborales y familiares. Dar el
ejemplo como padres y madres, aunque a veces se torne difícil, es de los
aspectos más importantes para enseñar igualdad desde la primera infancia. Los
patrones de género son heredados y se transmiten de generación en generación.
Cuando somos conscientes de cuáles son los que traemos de nuestras familias y
cómo los reproducimos y ejercemos en el día a día, es más fácil detectar
aquellos que pueden estar enviando un mensaje de desigualdad a nuestros niños.
Muchos padres que se encargan de las labores del hogar, mientras la madre
trabaja, son tachados de débiles, “poco masculinos” o con menos éxito
profesional, no suele ser habitual interpretar dicha situación como una elección
sino como un fracaso. Es necesario
valorar el trabajo, remunerado o no, que se realiza, independientemente de
quién lo haga. Las tareas de casa no deben ser asignadas por cuestiones de
género, sino por otras variables (como, por ejemplo la edad de los hijos, que
determina su disponibilidad y grado de responsabilidad -hay tareas que niños
muy pequeños no pueden hacer-). Esta reflexión y acciones se traducen en un
respeto mutuo en la pareja parental e incentivan relaciones equitativas que
tienden a reproducirse por parte de los hijos en su vida adulta.
2. Asegurarse de que todos en casa compartan valores independientemente
del género. Esto significa compartir valores acerca de las
responsabilidades relacionadas con el cuidado, orden y limpieza, así como aquellos
relacionados con tomar decisiones, liderar iniciativas, expresar opiniones y
resolver problemas. Aún existe cierta tendencia a educar a las niñas bajo un patrón
más estricto de perfeccionismo y recato, se les motiva a seguir pautas, ser
ordenadas y prudentes, mientras que en los niños se incentivan comportamientos
más laxos en cuanto a orden y su educación se orienta hacia la búsqueda de
recursos y retos. Hace poco Reshma Saujani comentaba en su charla TED, cómo el
perfeccionismo aprendido en las niñas, las condiciona para acceder a menor
cantidad de oportunidades laborales en su vida adulta. Saujani habla de la
falta que hace en la educación de las niñas el valor que tiene la valentía, la
posibilidad de errar y el derecho fundamental a expresar sus opiniones en
cuanto a cualquier tema.
3. Incentivar juegos, juguetes, tópicos y libros no sexistas. Muchos
juegos, actividades y juguetes pueden parecer equitativos pero tienen gran
impacto sobre las valoraciones de desigualdad de género. Desde juguetes
catalogados “para niños o para niñas” (incluso en su caja o envoltorio), hasta
juegos que se asocian a uno u otro género. Puede que una niña que en el futuro ejerza
como arquitecto no vea desincentivado su sueño por la prohibición de jugar con
herramientas “porque no es de chicas”, sin embargo es un aprendizaje y una
habilidad de la que se le habrá privado de cara a su futuro. Cada vez
escuchamos más a niños hablar desde la ambivalencia acerca de sus intereses
cuando se les pregunta qué quieren hacer de mayores. Juan, por ejemplo, un niño
de 8 años creativo, dulce y risueño, nos contaba como quería ser de mayor
“pastelero y policía”. Probablemente la primera es su opción predilecta, sin
embargo no renuncia a los deseos de su padre –también policía- de que continúe
la tradición familiar en donde todos los chicos terminan optando por dicha
profesión. Jugar sin barreras de género es aprender a vivir sin barreras. El
juego es un espacio único para el aprendizaje y de ahí la importancia de que a
través de este se potencie la enseñanza de la igualdad y manteniéndose libre de
restricciones sexistas.
4. Luchar contra los sesgos inconscientes. “Las niñas no son de mates”
“Los niños no lloran” “Eso no es de chicas” “Eso es un hobby un poco
afeminado”. Son muchos los sesgos que se transmiten culturalmente y que se
siguen enseñando generación tras generación. Los niños y niñas, por ejemplo,
aprenden de formas distintas, sin embargo eso no significa que las niñas sean
“más lentas” en matemáticas. Muchos científicos, estudiosos y experimentadores de
éxito a lo largo de la historia son varones. ¿Se trata de una confirmación del
valor y aptitudes hacia las ciencias de uno u otro género? Sin duda, no. El
número de mujeres en carreras relacionadas con las ciencias, tecnología e
ingenierías ha sido históricamente más bajo que el de varones. Esto no es una
elección de capacidad y aptitudes, es una elección influenciada por el
aprendizaje y los mitos. Como decía Reshma Saujani, hemos educado a nuestras
niñas para que tomen menos riesgos, para que salgan con poca frecuencia de su
zona de confort, para que sean una figura de respaldo (¿no os suena eso de “detrás de un gran hombre hay una gran
mujer”?). Esto puede haber funcionado durante años en la construcción de la sociedad,
sin embargo, hoy en día se traduce en una importante falta de preparación de
las niñas frente al mundo cambiante y los retos del panorama actual. Es decir,
venimos educando a las chicas “para que se queden atrás”. Los sesgos
inconscientes impregnan toda nuestra sociedad y a cada uno de nosotros, de ahí
la importancia de que la educación desde la primera infancia pueda liberar a
nuestros niños y niñas de estos sesgos, para que sean como quieren ser y
tengan, además, oportunidades equitativas para serlo, no sólo a nivel político
y pragmático, sino además a nivel psicoemocional.
5. Luchar activamente en contra de comentarios sexistas o peyorativos.
Apoyar una burla sexista es apoyar todo lo que conlleva un entorno de
desigualdad. Todavía hay niñas pequeñas preguntándose por qué se dice eso de
“lanzar la pelota como una chica”. ¿Quiere decir que las niñas no son fuertes?
Oponernos a burlas y comentarios sexistas es una vía necesaria para educar en
igualdad.
La enseñanza de la igualdad es la
mejor vía para abrir oportunidades de futuro a nuestros niños y niñas. Es,
además, fomentar relaciones equitativas, asertivas y la libertad para que todo
el potencial que alberga la infancia tenga un espacio para florecer. La
enseñanza de la igualdad va más allá de la lucha contra la discriminación,
brinda un permiso intrínseco para que cada sujeto pueda ser como quiere ser,
explore sus posibilidades y aptitudes con libertad y se relacione con los demás
desde ese respeto e integridad personal. Por ello, animamos a que la reflexión
pueda pasar a la acción a este respecto, y nos inclinemos hacia métodos de
enseñanza que cultiven los valores igualitarios, no solo en referencia con el
otro “discriminado”, sino en referencia con la propia individualidad de cada
niño que merece un espacio pleno en relación con su futuro como adultos.
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