Cultura de la felicidad vs. Cultura del esfuerzo
La búsqueda de la felicidad
siempre ha sido uno de los temas más importantes en las reflexiones en cuanto
al ser humano. En el mundo actual, dados los medios de comunicación y la
información que se comparte en ellos, es más evidente el deseo de transmitir
mensajes orientados a esta felicidad utópica (impermeable y duradera), en donde
hasta el más mínimo obstáculo en el camino, es sinónimo de dolor o infelicidad.
El esfuerzo ha pasado, de forma frecuente, a un segundo plano y la principal
motivación que guía las acciones frente a los retos del día a día parece
orientarse, más bien, a la evitación del dolor. Cuando transmitimos esto a
nuestros niños, de alguna forma comunicamos un mensaje de incapacidad, de temor
frente a las dificultades y de falta de matices antes las cosas que suceden en
la vida cotidiana. Con ello se tiene una menor capacidad para afrontar los
retos, darle valor al esfuerzo y aprender de los errores que se cometen, más allá de la frustración que nos generen.
La familia es el primer lugar de aprendizaje
La frustración es necesaria en el
desarrollo evolutivo humano. Cuando somos pequeños y no podemos poner en
palabras nuestros deseos o necesidades, el llanto nos permite llamar a la
figura cuidadora (madre, padre, abuelos, tíos…) quien se encarga de nuestras
necesidades, disminuyendo nuestra frustración. Sin embargo, antes de que la
figura del cuidador pueda satisfacer nuestras necesidades (frío, hambre,
incomodidades…), experimentamos cierto grado de frustración en ausencia de esta
figura. Gracias a esto vamos comprendiendo, por ejemplo, que para conseguir
algo debemos hacer algo más. Esto alimenta desde el principio nuestra
maduración personal y nos enseña que a pesar de las dificultades o
incomodidades, podemos superar los momentos duros.
Para pasar de una fase del
desarrollo a la siguiente, para poder madurar, es necesaria la frustración. Por
ello es muy importante enseñar a los niños a tolerarla. Esto no quiere decir no
satisfacer sus necesidades básicas de cariño, atención, alimentación, cuidado;
tampoco dejarlos sumidos en los sentimientos que generan las situaciones
frustrantes, sino saber manejar emocionalmente estos momentos para superarlos.
Es necesario para ello detectar cuándo, por nuestros propios miedos, intentamos
evitar a nuestros niños momentos de frustración naturales y necesarios.
Cuando hiperprotegemos, muchas veces lo que hacemos -sin quererlo- es
dejar a los niños solos frente a un mundo ante el cual no sabrán cómo responder,
ya que no han afrontado antes situaciones ante las que tengan que intervenir.
También les transmitimos un mensaje de incapacidad y temor frente al mundo, lo
que afecta su confianza y su perseverancia.
Cuando somos demasiado permisivos y no ponemos límites de forma adecuada
por miedo o pena ante la frustración que el niño pueda sentir, le privamos de
experimentar las normas sociales y transmitimos el mensaje de que puede
anteponer sus propios deseos ante cualquier situación o persona, dificultando
su capacidad para aceptar y comprender el punto de vista de los demás y
sobreponerse a las dificultades.
¿Qué permite en el niño saber manejar la tolerancia a la frustración?
-Confianza y sentimiento de seguridad: Cuando se gestiona
correctamente la frustración, los niños aprenden a manejarse en el mundo con
confianza, sin intentar controlar el mundo pero sí buscar lo que desean a
través de distintas posibilidades.
-Capacidad de aprendizaje y flexibilidad en el pensamiento: Cuando
somos capaces de sobreponernos al dolor o a la frustración, aprendemos de las
situaciones e intentamos buscar soluciones. No nos quedamos con la experiencia
de fracaso y la angustia, rabia o ansiedad.
Fotografía de Kendisan Seruyan |
-Modulación emocional: Cuando el niño es capaz de sobreponerse a la
frustración y al dolor, implica un manejo de las emociones negativas. Se siente
creativo y capaz.
Formas de intervenir ante la frustración
-Tomar conciencia de nuestra
propia historia personal y nuestras reacciones ante la frustración, ya que
esto puede generar automatismos educacionales, y nos permitirá lograr un mayor
contacto con las necesidades infantiles desde la empatía.
-Evitar la sobreprotección, no abusar de permisividad, ya que les
privamos de la posibilidad de equivocarse y aprender de sus errores.
-Ser un ejemplo, la mejor forma de transmitir un mensaje de
perseverancia es mantener nosotros mismos una actitud positiva al momento de afrontar
las adversidades, comunicando nuestras emociones (positivas y negativas) y
buscando soluciones.
-Marcar objetivos y dividir tareas según la etapa del niño, es
importante no ser sobre-exigentes y fomentar que los niños se planteen
objetivos realistas y razonables, sin exigirle que se enfrente a situaciones
que sea incapaz de superar.
-Enseñar a pedir ayuda cuando el niño haya agotado sus recursos: Es
importante que los niños experimenten, busquen sus propias soluciones y sepan,
además, cuando han de pedir ayuda.
-Poner límites claros, ya que el a través del “no” también cuidamos
del niño y le enseñamos. Es muy importante tener en cuenta el momento evolutivo
del niño (no son los mismos límites los que hemos de establecer con un niño de
10 años que con uno de 14, por ejemplo).
-Identificar sentimiento de frustración y enseñar a manejarlo: “Estás
molesto porque no te ha salido bien, observa por qué fallaste, inténtalo
nuevamente, tómate más tiempo, hazlo con calma”. “¿Qué podrías hacer en lugar
de molestarte o abandonarlo?”.
-Refuerzo: Es muy importante sacarle provecho al error, detectando
las fortalezas del niño al momento de afrontarlo y mostrárselas.
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