Recientemente hemos
escuchado acerca de un profesor que decidió crear una aproximación más dinámica
en su clase de historia, enseñando las lecciones en una dirección diferente:
empezando por el presente, el día de hoy. “Este es el mundo que te rodea
actualmente y esta es la forma en la que experimentamos vivir en él. ¿Qué ha
pasado a lo largo de los últimos 20 años para llegar a donde estamos actualmente?
¿Qué pasó diez años antes de eso?”. Curiosamente, este profesor se encontró con
gran resistencia por parte del colectivo de padres, quienes pensaban que esta
aproximación era una locura.
Desde una perspectiva neurológica, sin embargo, tiene mucho sentido empezar una clase de historia a partir del presente. Muchos científicos apuntan que el cerebro humano presenta grandes particularidades en cuanto a cómo prefiere acoger la información y acerca de qué información realmente se fija.
Al cerebro le
encanta hacer conexiones. Sabemos desde hace tiempo que aprendemos
mejor cuando podemos relacionar la información nueva con cosas que ya sabemos.
La mayoría de los profesores saben que, en el momento de introducir material nuevo, es de gran ayuda dotarlo de contexto. Aunque no es suficiente, crear conexiones entre lecciones es un excelente comienzo. Por ejemplo: "La semana pasada aprendimos acerca del sol y la luna, también acerca de la rotación de la Tierra, hoy veamos cómo afecta eso en el día, la noche y las estaciones".
Lo que al
cerebro humano le encanta sobre todas las cosas son las historias –la lógica y la
emoción unidas para aportar sentido a un conjunto de ideas-. Esa es la
explicación de por qué los estudiantes no necesitan que se les recuerde la
trama de su película favorita o cada detalle de algún momento vergonzoso por el
que han pasado. Lamentablemente, los estudiantes suelen tratar asignaturas como la historia como
una avalancha interminable de hechos no relacionados que le han pasado a gente
que nada tiene que ver con ellos. Si podemos coger esos hechos que enseñamos y
relacionarlos de una forma emocional a lo que los estudiantes ya comprenden,
podremos hacer el material más fácil de recordar, más notable.
Este problema
va más allá de la idea que tiene un profesor acerca de su clase y está en el
corazón del porqué tantos estudiantes dicen que no sienten interés por el
colegio/instituto. Aunque se suele asumir con demasiada rapidez que la apatía
de los estudiantes responde a pereza, holgazanería o algún problema de actitud,
en realidad tiene mucho sentido que a muchos estudiantes no les interese lo que
están aprendiendo, ya que nunca se les ha enseñado cómo hacer que les importe o
cómo despertar su interés.
La vida de los
adolescentes está impulsada, casi en su totalidad, por las emociones: desde el
miedo intenso, la ansiedad o el bloqueo que puede suscitar un examen, la
evitación de los errores para sortear la vergüenza que esto puede causar, hasta
las distintas experiencias y procesos que trae consigo esta edad. Es
común que en algunos casos las emociones descarrilen la experiencia de aprendizaje del estudiante, sin embargo es menos común que los profesores
muestren a los estudiantes cómo utilizar a su favor la emoción en el contexto
académico. Las emociones pueden favorecer la atención y forjar recuerdos duraderos.
Si queremos que los estudiantes se sientan comprometidos y que recuerden qué
han aprendido, necesitamos introducir un contexto emocional en la clase y en la
forma en la que se trabaja el material de la misma.
Pero, ¿cómo
conseguir ese cambio? Ante todo, debemos perder el miedo a ser creativos
o a volver a lo básico y cotidiano. En clases de literatura, por ejemplo,
se suelen discutir los temas y su contenido simbólico, pero no siempre se señala el
punto inicial más accesible y emocional para los estudiantes. Un ejemplo de
cómo sería introducir este punto de partida, sería: “Mirad, hay palabras
complicadas en este texto que estamos estudiando, y también una intrincada
trama y simbolismo, pero vamos a partir del hecho de que El Gran Gatsby trata acerca de estar enamorado de alguien que nunca
te correspondería, o que nunca saldría contigo. ¡Ese es uno de los sentimientos más
fuertes que existen!”. De forma similar, una de las autoras del presente artículo aún
recuerda que, cuando era estudiante en el instituto, se le entregó en una de
sus clases de literatura un poema para introducir “Matar a un Ruiseñor” (novela
de H. Lee). El poema era en realidad la letra de la canción “I’m just a girl”
del grupo musical No Doubt, muy de
moda en aquel momento y al que la mayoría de los estudiantes escuchaba. Inmediatamente,
la clase estaba: 1) emocionada porque sus deberes tratasen de una canción que
les encantaba, 2) impresionados de que su profesor supiese quiénes eran No Doubt, y 3) preparados para leer la
novela desde una perspectiva emocional –con el tema de la canción en mente: una
chica cuyo ambiente le impedía o alejaba de ser todo lo que ella quería ser-. Una
letra de una canción le dio a la clase un punto de partida que les hizo
relacionar y sentirse entusiasmados para indagar en la novela que se pretendía
enseñar según el calendario curricular.
Dado que los
adolescentes tienen un contexto muy limitado, puede ser difícil para ellos
detectar la resonancia en la vida real del material que se les presenta en
clases. No alcanzan a entender que lo que aprenden en clases de matemáticas, hace
posible la creación de sus smartphones y ordenadores, o que la mitosis es la
explicación de por qué no se desangran cuando se caen en su partido de fútbol,
por ejemplo. Si hacemos conexiones simples, estamos enseñando a los estudiantes
desde un lugar de comprensión, apreciación y curiosidad. En lenguaje
neurocientífico, enseñar a las personas no se trata de proporcionar nueva
información, sino de activar la comprensión que ya tienen. En otras palabras, deberíamos
preocuparnos menos por aquello que nuestros estudiantes no saben, y enfocarnos primero en lo que ya saben, incluyendo todo el conocimiento que no viene directamente
del entorno escolar.
Con una
cantidad fija de material que cubrir y un tiempo limitado de clase, es fácil que el educador considere las letras de No Doubt o las lesiones que se pueden sufrir en el partido de fútbol
como información “extra curricular”. Pero esa información extra proporciona una
pertinencia y aplicabilidad emocional que hace que la información se fije y pueda estar disponible en el
momento de presentar un examen y también en el futuro. Los estudiantes pueden tener
un conocimiento previo mínimo acerca del tema a tratar en clases, pero todos
ellos comprenden lo que es el miedo, la ira, el amor, la emoción, la duda… Así
que animémonos a ir más allá de la explicación de los temas troncales del
calendario académico y trabajemos para ayudar a los estudiantes a superar la
apatía.
Artículo
original de Hunter Maats y Katie O’Brien, fuente: edutopia. Traducción de
Kreadis. Puedes consultar el artículo original en inglés aquí: To Teach Facts,Start with Feelings.
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