
De alguna manera se ha supeditado la identificación de aquellos niños especialmente talentosos o con aptitudes que superan la media de sus compañeros, a los resultados obtenidos en términos de calificaciones altas –y constantes- en las materias troncales (como matemáticas, lengua, sociales y naturales). Muchos de estos niños, además, transitan un tanto más en solitario por su proceso de aprendizaje, dado que se suele considerar que “no necesitan ayuda” o al menos “no tanta”, en comparación a otros estudiantes cuyos resultados son más bajos o inestables.
Sin duda esto plantea una reflexión al quehacer diario con respecto a cómo identificamos a los niños con capacidades por encima de la media*, y cómo nutrimos y fomentamos dichas capacidades. Asimismo exige que nos cuestionemos acerca de los criterios personales, profesionales y sociales de los que nos valemos para señalar que un niño es especialmente brillante o talentoso, así como del concepto que guía nuestra identificación y actuación con respecto a estos niños.
Revisando el concepto de “alumno brillante”
Uno de los problemas que traen
consigo las definiciones que manejamos actualmente, tiene que ver con dónde
dejan a aquellos estudiantes con aptitudes sobresalientes que fallan aun así el
punto de corte establecido para superar un examen. Vemos a menudo a niños –y
adolescentes- con una capacidad de reflexión asombrosa, gran carácter ético y
moral, habilidades singulares para la investigación y la ciencia, capacidades
artísticas notables… y aun así, con un desempeño mediocre en los exámenes.
Las notas excluyen una serie de
variables que pueden afectar el desempeño de un niño, dejando de lado las
diversas capacidades que este puede tener y que no siempre son susceptibles de
medición. Las calificaciones, aunque siguen siendo un indicador del aprendizaje
al que cuesta mucho renunciar, fallan como reflejo fiel de las capacidades del
niño y de la calidad del proceso de aprendizaje por el que se ha transcurrido. Por
ejemplo, es común el caso de niños para los cuales las evaluaciones representan
un estresor que los bloquea y dificulta el recordar el material aprendido. Por
otro lado, en la mayoría de los casos, el bajo rendimiento en los exámenes y
resultados tiene que ver con conflictos emocionales e inhibiciones que impiden
el despliegue del saber.
Más allá de las notas y
resultados en exámenes, ¿Qué podría guiar la identificación de aptitudes
sobresalientes en los niños?. Sin duda, el detectar esas pequeñas habilidades
que el niño consigue hacer brillar y que no están directamente evaluadas en los
exámenes regulares. ¿A qué nos referimos? A ejemplos como los que apuntábamos
en el párrafo anterior: dotes teatrales y artísticas, la curiosidad que el niño
pueda mostrar frente a la experimentación, el interés por la escritura y/o la
lectura, el manejo del humor y de códigos éticos… Algunos ejes de guía
adicionales serían asimismo:

-Creación de proyectos
(científicos, artísticos, relacionados con el contenido curricular impartido…).
-Talento artístico y/o musical.
-Alta capacidad para la escritura
que se refleja en un interés por el periodismo, la ficción, la poesía, la
escritura de guiones…
-Capacidades de liderazgo y
respuestas flexibles ante situaciones de presión.
-Habilidades para hablar en
público o expresar opiniones.
-Curiosidad que le motiva a
ampliar los conocimientos e información que recibe.
-Capacidad para buscar soluciones
alternativas y novedosas ante problemas.
-Sentido ético y moral que
traduce en acciones en su día a día.
El compromiso se centraría entonces en ampliar el concepto
de “alumno/niño brillante” de forma que incluya habilidades y grupo de talentos
hasta ahora desterrados del foco normativo que marcan las altas calificaciones.
Necesitamos con ello, trabajar de forma más intensa en los métodos empleados en
las aulas para identificar y ejercitar las capacidades que no son fáciles de
medir, lo cual comienza por sensibilizarnos ante la consideración de dichos
grupos de talentos menos normativos –¡aunque muchas veces atenten incluso con
“la paz” en el aula!-.
Los roles de la
familia y el centro educativo: Coordinados por el talento
Hemos enfatizado siempre la coordinación dinámica
entre familia y centro educativo, lo cual resulta vital para el manejo de este
tema. Es de gran riqueza que los educadores compartan entre sí sus percepciones
acerca de las habilidades y capacidades que resaltan en un estudiante, de
manera que puedan combinar dichas impresiones y tener una imagen más amplia del
alumno y sus talentos que, además, puedan reflejarle a este y a sus padres.
Desde luego el papel de los padres es esencial en este
punto: la mayoría son capaces de detectar aquellos talentos excepcionales en
sus hijos que pueden pasar desapercibidos en el contexto escolar. También
aquellas áreas en donde su hijo muestra mayor interés, ilusión, motivación. Con
ello es necesario que dichas percepciones que empapan el contexto familiar,
trasciendan al escolar a través de la coordinación con el tutor y educador.
Algunos niños “se las ven negras” al momento de
responder a un examen, sin embargo, se desenvuelven de forma impresionante y con
gran fluidez al explicar o dirigirse a un grupo. El educador puede apoyar el
talento de este niño –a la vez que su proceso de aprendizaje- al preguntarle si
se anima a explicar un concepto determinado a un par de compañeros a los que no
les haya quedado claro el mismo. Las habilidades teatrales y musicales se
pueden incluir en trabajos y proyectos, que además se enriquecen con la
perspectiva de equipo. Enfatizar y fomentar el sentido moral y ético de un niño
que muestra claras inclinaciones hacia las reflexiones sociales, es no solo un
deber con el alumno, sino un deber como parte de la formación integral de
individuos sanos socialmente.
Muchas veces el hecho de que los mayores nos ocupemos de las
“debilidades” del niño –y se las señalemos sistemáticamente- le hace olvidar
sus fortalezas. Un compromiso de gran valor que hemos de adquirir los padres y
educadores a este respecto, consistiría en replantearnos las definiciones según
las que nos manejamos y alimentar las fortalezas (no sólo atender a las zonas
de alarma), que a su vez dotan de herramientas al niño para afrontar con otro
semblante los retos presentes y futuros.
Y, de nuevo… La
importancia de un modelo inclusivo

En muchas ocasiones, lo que nos paraliza a educadores y
padres en la tarea de fomentar las habilidades menos
comunes (habilidades "blandas" o menos valoradas en el sistema educativo actual), tiene que ver con el seguimiento de la norma establecida: la importancia que damos a las notas, a materias troncales, a las comparaciones entre niños... a la vez que intentamos equilibrarlo con clases extraescolares que proporcionen un apoyo a esashabilidades del niño que no se contemplan en la rutina escolar diaria.
En gran medida el interés que ha motivado la reflexión
que hacemos en este artículo, tiene que ver precisamente con pensar acerca del
papel y manejo de este marco normativo al que delegamos tan importante labor,
como lo es la formación de individuos sanos intelectual, emocional y
socialmente. En la actualidad, dicho marco parece estar penalizando de una
forma u otra tanto a aquellos estudiantes que no superan el punto de corte en
los exámenes, como a aquellos que mantienen un alto estándar y rendimiento o se
destacan en habilidades no normativas, aplanando precisamente esas habilidades
y características personales que pueden ser el factor que les asegure el éxito
en un futuro.
Lo anterior no implica desechar u oponerse
irreflexivamente al modelo actual, sino no convertirnos –paradójicamente- en
objeto de este, estrechando con ello las posibilidades que tienen los niños en
defensa de un modelo que no está siendo lo suficientemente responsivo ante el
mundo cambiante.
Quizá el punto más importante de esta reflexión, se
trate precisamente de animarnos a movernos un poco más allá de dicho marco
normativo para dar una respuesta que ayude a aquellos estudiantes que destacan
en aptitudes que no se evalúan, y cuyos talentos precisamente los aleja de la
norma, a cultivar dichas habilidades en la mayor medida que podamos ofrecerles y
que merecen.
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